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Papá Bolero

por Fernando G. Lucini el 03/10/2008 

Papá Bolero es el título de un cuento cantado, de Manuel Picón, grabado con Olga Manzano, en 1977; grabación en la que también intervinieron los siguientes músicos: Ricardo Steimberg (guitarra y cuatro), Jorge Chopi Bado (percusión), Juan Carlos Fernández (guitarras) y José María Silva (bajo).

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La decisión adoptada de incorporar este Papá Bolero, de Manuel Picón, al proyecto “El canto emigrado de América Latina”, responde a dos motivaciones: en primer lugar, por considerarla una de sus obras más hermosas y significativas; y, en segundo lugar, para rendirle con ella un afectuoso homenaje a su autor.

 

Valga como presentación de este cuento cantado el texto con el que Olga y Manuel lo presentaban en la carpeta del LP editado en 1977:

 

“Cuando le contaban algo raro el Viejo Vázquez, un amigo, decía ‘más vale creer que ir a averiguar’. Filosofías que andan por ahí. La Historia, muchas veces, obliga a esa actitud. No porque uno no quiera averiguar, sino porque no puede, la palabra la tiene el historiador y los hechos ya pasaron, son, precisamente, historia. Lo que sí es seguro es que la línea de la Historia pasa siempre por las grandes cabezas, las de los héroes, los sabios, los descubridores, o los aventureros.

 

“Las otras caras quedan al margen, y si son tocadas, lo son en forma abstracta, con cifras estadísticas. Sin embargo, uno cree que son éstos los que hicieron posibles aquéllos. Los que ponen piedra sobre piedra para levantar un puente por donde luego pasará el grande, el histórico. De ellos queremos hablar siempre. Entendemos que ellos son los inventores del lenguaje que manejamos y queremos, ellos son los pintores del color de nuestra tierra, ellos son los que de una manera u otra cambiarán la dirección del puente algún día.

 

“Con nuestro trabajo no entrarán sus nombres en la historia, vana pretensión sería. Sin embargo, a lo mejor, los damos a conocer a sus iguales, nos damos a conocer todos los constructores de puentes y empezamos, de una buena vez, a entendernos y a compartir este asunto de poner piedra sobre piedra. Papá Bolero es una multitud”.

 

En la carpeta de aquel mismo LP apareció también un hermosísimo texto, de Manuel Picón, firmado por Papá Bolero; en el que el protagonista del cuento cantado se dirige a su madre en los siguientes términos:

 

“Mamá: cuando usted escuche este cuento se le van a caer las medias.

Es tal cual la vida de un servidor. Faltan poner algunas cosas, mis amoríos con Tula, los días de calabozo, la pelea en la Cantina de Isidro, en Río Grande, el burro que me agencié en Oruro, la huelga con los indios en Perú, las timbas y las bailadas que hacíamos con el compadre Liborio, solitos con nuestras almas por aquellos cantos ennochecidos de la Venezuela entre las torres del petróleo. Ya habrá alguna hendija para contar todo eso.

Por lo demás está bien, y tan verídico que parece mentira.

O a lo mejor es mentira nomás, porque yo, hoy en día, ya no sé bien si lo que me pasó me pasó, o todo fue un cuento mal contado que yo me lo creí.

Porque hay cosas que uno ve y se dice para sí ‘lávate los ojos hermano, que estás viendo entorpecido’. Pero no, está viendo lo que es y como es, clarito lo ve.

Al principio se lo niega, como no queriendo ver. Se dice, sí, es fiero, pero tendrá un costadito lindo. Así era yo cuando empecé a bailar.

 

¿Se acuerda? Andaba con usted, buscando botellas en los tachos de basura, con el carrito. ¿Se acuerda que yo para tirar del carrito tiraba bailando? Bueno, así ha sido el resto, el crecimiento propio de uno, por ahí, por esos mundos: bailar para que el carrito pareciera más liviano. Pero, ¡qué va! Si uno baila en serio el baile se le empieza a llenar de cosas y cuando se quiere acordar aquello más que baile es como un rezo.

Me lo dijo un viejo una vez. Estaba bailando yo, para darle un poco de contentura a los muchachos que recién salíamos de la bocamina. Vino el viejo y me dijo: ‘vos bailás que sos un tormento, muchacho’.Y sí, porque yo ya tenía mucho mundo encima y bailaba esas cosas, los trabajos, las caras de los seres, los sucedidos que veía o me contaban, lo que se camina. Y como uno anda por el mundo baila el mundo, no se va a poner a bailar otra cosa. Entonces me salí un tormento.

 

Cuando era bien chiquito era distinto, me venían unas ensoñaciones raras.

Usted se iba a dormir temprano y yo me quedaba bailoteando en el patiecito.

Al entrar el cansancio me tiraba en el suelo, boca arriba, abajo de aquella luna tan gorda, y se me aparecía la ensoñación.

Me veía yo mismo zangoloteando el esqueleto y unas gentes contentas que me llamaban: ‘venga, bailemé este bautizo’, ‘oiga morenito, bailemé este cumpleaños’, ‘señor, quisiera bailarme esta casa nueva que la voy a estrenar’.

Y yo iba y les bailaba y me regalaban loros, zapallos y huevos, y todo era una fiesta continua y todo el mundo estaba contento porque mientras yo bailara nadie se moría ni acontecían pesares de ninguna clase.

 

Cuando me fui de su rancho, mamá, me fui medio atrás de la ensoñación esa.

En el fondo de los cerebros yo sabía muy bien que era una ensoñación, pero ahí no más, al ladito, pensaba que las ensoñaciones no nacen porque quieren ellas, pensaba que algún poco de verdad tenían que tener para animarse a nacer. Así que me largué. Y claro, tanto andar por las realidades, que de cumpleaños no tienen nada, la ensoñación se me fue cambiando.

A aquellas risas se les fueron cayendo los dientes. Se me embarulló todo y, como le digo, hoy no sé lo que es cierto y lo que no lo es. ¿Aquellos compañeros que se abrazaban a sus hijos para dormir en las veredas de Porto Alegre eran de verdad o estaban pintados? ¿Aquellos indios mascando coca y chupando aguardiente para olvidarse de que eran puro hueso me los figuré yo, o están todavía en aquellos bodegones de los pueblos mineros? ¿Para qué bailaba yo? ¿O es que no bailaba, sino lloraba? ¿Será que estamos todos muertos y el mundo en serio queda en otra parte? No le digo más, mamá, no sé más tampoco.

Escuche la historia esta, la va a comprender bien, son palabras y músicas nuestras, las que usted y yo bailábamos cuando recién nos estábamos redondeando en la sangre de algún abuelito que ni llegamos a conocer.

 

Ahora le dejo con su pilón, su alpargata y su luna llena. Que con las canas le vengan también mechones de felicidad. Por mí no pase apuros, cualquier día me vuelvo a largar a los caminos y me aparezco por el rancho con un abrazo grande como quien ataja pollos en un callejón.

 

Papá Bolero.






 
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