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Rafael Amor

por Fernando G. Lucini el 03/10/2008 

Rafael Iglesias Toraño (Rafael Amor) nació el 5 de noviembre de 1948, en Belgrano, barrio tradicional de Buenos Aires.

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Su padre, don Francisco Iglesias Amor, fue un famoso cantor, compositor y actor argentino. “Mi viejo –escribe Rafael– fue uno de esos pilares de la música popular que debido a su obra y trayectoria ostentaba esa categoría de prócer indiscutido, un referente. Él y otros de su mismo rango pertenecían a una generación de artistas que en nada se parecían a los que hoy se estila. Eran bohemios, pero no por acostarse tarde o tomar vino; lo eran por su actitud ante la vida: la autenticidad que regía cada uno de sus actos, el amor a su quehacer y el desinterés, que a la mayoría –como a mi viejo– los acompañó a la tumba en la más espantosa pobreza”.

 

Presencia paterna que, sin duda, influyó de forma definitiva en la vocación que Rafael sintió, desde pequeño, a dedicarse a la música y a la canción.

 

Su madre, María Toraño, era artesana y dirigía un taller de bordado. Ella “siempre quiso que fuera un hombre de provecho –comenta Rafael–. A pesar de ser una persona de una mentalidad progresista y abierta, quería que estudiara algo que me diera un título, que me asegurara el futuro. Yo no digo que no fuera cierto ni valedero aquello, pero lo que sí sé es que no iba conmigo [...]. Le gustaba que cantara, pero se oponía en un principio a que me dedicara a ello profesionalmente. Nuestra contradicción duró poco porque luego de un tiempo de tirantez, comenzó a apoyarme”.

 


Rafael con sus padres

Entre 1959 y 1962, Rafael vivió en Valle Hermoso, provincia de Córdoba, donde cursó sus estudios primarios.

“Iba a la escuela nacional n.º 145 Capitán Cevallos. Era una escuelita pobre y semiabandonada como todo lo estatal en aquella época. Tenía tres o cuatro aulas pequeñas con dos hileras de pupitres desvencijados, tatuados con nombres, corazones, vivas al Boca o al River y manchas de tinta.

 

Tinta que fabricábamos nosotros mismos y que guardábamos en unas botellas para llenar los tinteros blancos que encajaban en un agujerito del pupitre. También recuerdo que había un globo terráqueo desteñido y algún que otro mapa de hule zurcido”.

 


Rafael con quince años

En aquellos años escolares, Rafael vivió dos circunstancias que, sin duda, influyeron en su futuro como compositor y como intérprete; la primera fue el descubrimiento de la guitarra y de sus misterios a través de Emiliano Castillo, que era el cartero de la localidad; la segunda, su asistencia a un festival de folclore que se celebraba en Cosquín, a pocos kilómetros de Valle Hermoso; festival que le causó un gran impacto.

 

Posteriormente, de regreso a Buenos Aires, comenzó a estudiar el ciclo secundario en el colegio Hipólito Vieytes, donde conoció y se hizo amigo de Carlos Gándara –”Carlitos”–, con quien, por encima de los estudios, compartió dos de sus pasiones preferidas: la música y la diversión.

 

En 1966, Rafael y Carlos decidieron formar un conjunto folclórico que cultivara la música tradicional y que pudiera representar al colegio en las fiestas patrias que se celebraban tanto en el propio centro como en otras escuelas, preferentemente si eran de señoritas. Aquel conjunto, al que le dieron el nombre de Los Norteños, lo integraron Rafael, Carlos Gándara, Néstor Vilardell y Osvaldo Parrondo.

 

“Recuerdo –escribe Rafael– que íbamos con un look, como se dice ahora, nacionalista, con poncho y pañuelo al cuello, el pelo totalmente engominado y peinado hacia atrás. Era la última onda el tocar la guitarra, cantar zambas y chacareras. No había reunión o asalto donde no se armara un fogoncito y todo esto compartido con música de Los Beatles o de Dylan.

 

La cosa iba bien. Las autoridades del colegio, en su afán de figurar, hacían la vista gorda con la cuestión de los ensayos, que eran permanentes. Vivíamos en la vieja sala de mapas y cuando algún profesor nos llamaba para tomarnos la lección, uno de nuestros seguidores –que teníamos muchos y en todas las aulas– le contestaba: ‘Está ensayando...’; justificación harto suficiente que nadie se atrevía a discutir”.

 

De aquella forma, lo que, en principio, fue una pura actividad escolar se convirtió en algo ya muy próximo a lo profesional. Así pues, decidieron lanzarse a cantar en varias peñas de Buenos Aires y alrededores; entre ellas, en dos muy conocidas y populares, la casa de Margarita Palacios y el Rancho Ochoa.

 

El mismo año en que se formó el conjunto, Los Norteños tuvieron la oportunidad de actuar en televisión en el programa El show de mediodía, que dirigía Raúl Matas; lo que les proporcionó mucha popularidad.

 

Fue entonces cuando aconteció algo inesperado: Carlos Gándara tuvo un accidente de tráfico y se vio obligado a dejar el grupo. Ante esta circunstancia, el resto de los componentes pensó en sustituirle con otro amigo, compañero de colegio, llamado Santiago Bourbon, pero el cambio no prosperó y decidieron disolver el grupo.

 

Apartir de aquel momento, Rafael Amor inició su carrera artística en solitario actuando en varias peñas y acudiendo a la radio y a la televisión siempre que tenía una oportunidad.

 

De sus experiencias radiofónicas de aquella época hubo una especialmente curiosa y, en el fondo, de extraordinaria ternura por parte de su madre; fue la que Rafael vivió en el programa de Radio Porteña en el que, durante un tiempo, participó todos los lunes.

 

“Cantaba todos los lunes en una radio muy popular de entonces: Radio Porteña –cuenta Rafael–. Recuerdo, entre otros artistas que luego fueron famosos, a José Larralde, que asistían con puntualidad semanal pero que no cantaban siempre; en cambio, lo mío era extraordinario; todos los lunes tenía yo mi espacio como reservado. Me decía: ‘Soy el mejor’, y tenía ya cierto aire de superioridad. Ese tic del éxito rápido duró poco. Un lunes de ésos, el productor del programa me dijo: ‘Dígale a su mamá que la semana que viene le mando el recibo...’. Mi viejita querida pagaba el espacio para que yo cantara. En un principio me dio mucha bronca; mi orgullo se vio menoscabado. Hoy lo recuerdo con mucha ternura”.

 

En 1968 intervino en el Festival de Baradero, donde interpretó, con gran éxito, la canción Malambo, que había compuesto su padre.

 


Rafael Amor con Mercedes Sosa

Tres años más tarde, en 1971 participó en el Festival de Cosquín como representante de la ciudad de Buenos Aires; conoció a Mercedes Sosa y a Armando Tejada Gómez, se incorporó a su peña, y, definitivamente, tuvo claro cuál debería ser, en el futuro, su línea de creación como compositor y como poeta. Línea creativa que concretó, en 1972, con la grabación y la edición de su primer LP, Cosas de todos para todos (EMI-Odeón).

 

Aquel primer disco fue presentado por Miguel Ángel Giovagnoni con las siguientes palabras:

 

“Porque tiene la ternura del niño inmenso que nos queda guardado cuando el hombre nos alcanza.

 

Porque se le cayeron encima todos los siglos del boliche y la enorme filosofía de la vida y de la calle.

 

Porque guarda la frescura y la pureza que nos buscamos cada día haciéndole un agujerito a la rutina.

 

Porque en cada surco encontrará una lágrima o una sonrisa que se le antojarán suyas.

 

Porque, en definitiva, Cosas de todos para todos, de Rafael Amor, no es un simple disco para escuchar, sino para vivirlo y sentirse protagonista.

 

Por todo eso le invito a escucharlo: ¡Adelante!, le espera la sensibilidad y la verdad de un poeta al que le sobra mucho azul de adentro para pintarle esperanza a la vida”.

 

Editado su primer disco, Rafael decidió rescindir su contrato con la discográfica EMI-Odeón para trabajar con Martín Meyer, productor independiente, con quien preparó su segundo LP, que se grabó en España; concretamente, en Barcelona.

 

Aquel segundo LP, grabado en 1973 con el acompañamiento de la Orquesta Gustavo Beytelmann, y editado por DIRESA (Discográficas Reunidas de España, S. A.), se tituló El hombre vino del barro. En este disco se incluyó, por ejemplo, un bellísimo tema llamado Con la libertad, en el que Rafael ya dejaba nítidamente claro cuál era su pensamiento y su postura ideológica; tema muy significativo de su obra que hemos incluido en este CD antológico.

 

Tras la grabación de aquel disco en Barcelona, Rafael se trasladó a Madrid, donde permaneció prácticamente un año; durante ese tiempo, cantó en diversas peñas que a mediados de los setenta estaban en pleno apogeo, y tuvo una actuación curiosa en el Parque de Atracciones, presentada por Torrebruno.

 

A finales de 1975, tras haber contraído matrimonio con Delia, y haber tenido su primera hija, llamada María Paula, Rafael decidió volver a Argentina, a Buenos Aires. Es evidente que su país, su ciudad y sus gentes le “tiraban” mucho.

 

Pero ese retorno duró poco tiempo, dada la situación política en que se encontraba el país; estaba a punto de producirse el golpe de Estado que colocó a Videla en el gobierno de la nación, y, en consecuencia, la posición de los demócratas y de los amantes de la libertad, como Rafael, era peligrosa y arriesgada.

 

El 11 de marzo de 1976, pocos días antes del anunciado golpe de Estado, Rafael Amor regresó a Madrid y se incorporó a su trabajo en las peñas; sobre todo en Peña 3, situada en Argüelles; en Peña 4, en la calle Alcalá, frente al Retiro, y en la sala Toldería.

 

En septiembre de ese mismo año, intervino por primera vez en RTVE. Fue en el programa Directísimo, que conducía y presentaba José María Íñigo. Rafael lo recuerda en su libro Viajuras en los siguientes términos:

 

“Allá por el año 76 tuve la oportunidad de actuar por primera vez en RTVE, la mejor televisión de España –como se solía decir–, porque sólo había una. Mi debut fue en Directísimo, programa estelar que dirigía y presentaba José María Íñigo. En plena época de la transición, canciones como No me llames extranjero y Elegía a un tirano fueron un gran éxito, por supuesto, visto y comentado en todo el país.

 

El primer impacto lo recibí cuando llevé a mi hija María Paula a la placita que estaba justo frente de mi casa en la calle Santa Hortensia, del barrio de Prosperidad.

 

Las mismas vecinas que por mi apariencia estrafalaria –por lo del pelo y la barba, ya saben– solían mirarme con recelo, me rodearon, y es justo decirlo, con una gran alegría, como si el triunfo televisivo hubiera sido un poco de ellas también, bueno, para eso era uno del barrio. Creo que hasta me encontraron guapo y todo”.

 

Aquellas canciones que Rafael interpretó en televisión terminaron de popularizarse tras la grabación de su tercer LP, No me llames extranjero (Movieplay, 1976); disco producido por Gonzalo Reig, en el que colaboró como arreglista Jorge Cardoso, extraordinario compositor argentino.

 

De aquel disco, una de sus canciones más impactantes fue la que le daba título: No me llames extranjero; canción convertida en una especie de himno de la población latinoamericana que habitaba en aquel momento en España, y que actualmente sigue teniendo total vigencia en nuestro país como un hermoso canto al respeto y a la solidaridad hacia aquellas personas que, procedentes de cualquier parte del mundo, hoy comparten con nosotros su existencia.

 

Seguidamente, entre 1977 y 1983, Rafael Amor grabó los discos siguientes: Personajes (Movieplay, 1977), El loco de la vía (Movieplay, 1979) y Diez años en España (Movieplay, 1983); en este último disco rindió su particular homenaje a las Madres de Mayo, y formuló –cantando– una hermosísima declaración de amor –Amor mío– dirigida a la Argentina, su país, siempre recordado y añorado, y hacia el que algún día concretaría un regreso definitivo.

 

Durante esos mismos años, además de la grabación y la promoción de los discos anteriormente citados, Rafael ofreció cientos de recitales por toda España, actuó con cierta asiduidad en las salas Toldería y Rincón del Arte Nuevo, y montó diferentes espectáculos y presentaciones de su obra en teatros madrileños como el Palacio de la Música (1977), el Alcalá Palace (1979), el Olimpia, de Lavapiés, y el Centro Cultural de la Villa (1980).

 

Años también importantes para Rafael, desde el punto de vista familiar y afectivo, puesto que le nacieron tres hijos más: Francisco Pablo (1976), Delia Ana (1979) –pintora e ilustradora de extraordinaria calidad– y Rafael Salvador (1980), que, con el paso del tiempo, seguiría la trayectoria musical, poética e interpretativa de su padre; concretamente, en 2007, editó su primer disco, en el que interpretó sus propias canciones y dos de su padre –La mariposa e Y no teníamos más que amor–; disco ilustrado por su hermana Delia.

 

En junio de 1983, Rafael –junto con Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino–, pusieron en escena y estrenaron, en el teatro Salamanca, de Madrid, el espectáculo titulado Sudaca, del que Mario Benedetti realizó la siguiente crónica en el diario El País:

 

“Hace algunas noches, cuando asistí al excelente recital que Rafael Amor, Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino dieron en el teatro Salamanca con el título de Sudaca, detecté (como pocas veces en el amplísimo espectro del canto emigrado) un planteo estimulante y a la vez realista, que excedía la ostentación normal de la nostalgia. Y algo mejor aún: no caía en el recuerdo quejumbroso, en el lloriqueo verbal que, de algún modo, busca la conmiseración hacia la comunidad expatriada [...].

 

Tan saludable como el rigor artístico del espectáculo me pareció su propia propuesta vital. Es cierto que la palabra sudaca tiene en su origen una carga despectiva, pero no es menos cierto que en gran parte depende de nosotros que la transformemos en una carga afectiva [...].

 

¡Enhorabuena, sudacas!”. (M. BENEDETTI. “Sudacas del mundo, uníos”. El País, 20 de junio de 1983).

 


Sesión de ensayo del espectáculo "Sudaca"

Tres años más tarde, con motivo de una crisis depresiva, provocada por una afección a las cuerdas vocales mal diagnostica- da, Rafael Amor tuvo la fortuna de vivir una experiencia de verdadera amistad y compañerismo que para él llegó a ser definitiva e inolvidable, tanto desde el punto de vista personal como profesional.

 

“Una de las personas que me demostraron una amistad profunda y generosa fue Alberto Cortez –reconoce Rafael–, quien me invitó, a manera de estímulo, a su gira por América. Cantamos en Perú, en la Semana de Integración Cultural Latinoamericana –nunca me olvidaré de aquella noche en que tuve el inmenso honor de compartir el escenario con Alberto y Silvio Rodríguez en la plaza de toros de Acho, en el corazón de Lima–, en Colombia, en Ecuador, Venezuela, Santo Domingo y Puerto Rico; todo en un inmejorable clima de fraternidad y trabajo, lo que fue curando mis angustias, porque, además del éxito artístico, los sucedidos que adornaban lo cotidiano ponían la sal que daba pie a la risa durante los descansos y los viajes, que, por cierto, fueron muchos.

 

Recuerdo que en Caracas actuamos en uno de los coliseos más hermosos de América: el teatro Teresa Carreño; había un presentador argentino residente en Venezuela desde hacía muchos años, muy verborrágico, golpeando los adjetivos en sus alocuciones y con giros de otra época como aquello de el malogrado cantor, si se refería a Gardel. Esa noche fue la máxima para nosotros.

 


Rafael Amor con Alberto Cortez

Después de cantar yo, presentado como siempre, con todo el cariño del mundo por Alberto, realmente entusiasmado, aquel personaje salió a escena y le dijo al público:

 

 –¿Qué les pareció el pollo que nos trajo Cortez? Entre bambalinas, estalló la carcajada. En la función siguiente, al entrar en el camerín, vi sobre la mesa un paquetito con una tarjeta en la que decía: Para el pollo. Cuando la abrí, se desparramaron aquellos granos de maíz, que, por cierto, todavía conservo”.

 

En otro de sus viajes a América, en concreto a Buenos Aires, a finales de 1988, grabó dos canciones: Corazón libre –en la que cantó con Mercedes Sosa y Alberto Cortez como invitados– y Violeta, canción que interpretó con el acompañamiento, al acordeón, de Antonio Tarragó Ros. Temas que incorporó a su nuevo disco, editado en Argentina, en 1989, y presentado en el teatro Premier, de la calle Corrientes, en Buenos Aires; presentación que, inesperada y lamentablemente, coincidió con el fallecimiento de su madre.

 

A aquel disco lo sucedieron los siguientes: La tangués (1992) –editado en Argentina–, Un directo de amor (Fonomusic, 1994) –grabado en vivo en la sala Toldería–, La crisálida... y otros milagros (Fonomusic, 1997) –en el que, entre otras canciones, incorporó Palabras para después, dedicada a sus hijas–, Batemusas (1998) y Amor (2000) –ambos editados en Argentina– y dos grabados en directo en la sala Galileo Galilei, de Madrid: El mundo se mueve (2001) y Barricantos. 30 años de memoria (2003) –su obra más reciente, en la que destaca la participación en los textos y en la música de sus hijos Francisco y Salvador.

 

Enumerar todas las actividades emprendidas o protagonizadas por Rafael Amor en la década de los años noventa y en los inicios del siglo XXI sería una tarea compleja, sobre todo por su cantidad y variedad; él es uno de los artistas que, dada su gran popularidad, era reclamado para cantar por todos los rincones de España.

 

No obstante, merece la pena destacar algunas de esas actividades especialmente importantes o significativas:

 

Por ejemplo, el estreno, junto con Olga Manzano y Daniel Petruchelli, del espectáculo De aquí y de allá; importante acontecimiento musical que tuvo lugar en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, el 7 de diciembre de 1995.

 


Olga Manzano y Rafael Amor en el espectáculo De aquí y de allá, estrenado en 1995

Otro momento de su vida artística que para Rafael Amor fue especialmente importante y emotivo fue su participación en el XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en La Habana, en 1997. “En aquella ocasión, mi primer contacto con el público –recuerda Rafael– fue en la Gala de la Canción Política en el Teatro Nacional de Cuba. Aquella sala, en la que tantas veces hablaron Che y Fidel, estaba totalmente abarrotada. Me tocó compartir escenario con Vicente Feliú –un gran amigo–, con Sara González, Geraldo Alfonso y otros artistas de diferentes países: México, Alemania, Portugal...

 

Mi presentación fue con No me llames extranjero y, ¡qué sorpresa! cuando la comencé a cantar y el teatro entero estalló en una ovación que duró toda la canción.

 

Después, roto el hielo, les conté algunas de mis ocurrencias y la comunicación fue total, terminando con un Corazón libre coreado masivamente, mientras la gente, comenzaba a descolgarse hacia el escenario agitando banderas y pancartas. Durante varias horas conservé el nudo en la garganta y me fue muy difícil conciliar el sueño por la noche”.

 

En relación también con la canción Corazón libre –que, sin duda, ha sido una de las que le han proporcionado mayores gratificaciones personales–, fue realmente emocionante la participación de Rafael Amor en la inauguración del Festival de Cosquín, de 1999, invitado por Mercedes Sosa. Aquella noche de enero llovía intensamente, lo que no impidió que más de ocho mil personas se convocaran en la plaza del pueblo para escuchar a Mercedes y a Rafael. Justo en el momento de iniciar la actuación, la tormenta cedió, y Mercedes, ya en el escenario, lo primero que hizo fue cantar Corazón libre, tema del que siempre se declaró admiradora.

 

Por supuesto, para Rafael aquella fue otra de las experiencias que difícilmente se borrarán de su memoria, dado que en ella se conjugaron tres elementos sentimentalmente explosivos para él: Cosquín, Mercedes y su canción.

 

Para finalizar, querría ofrecer una última pincelada de lo que ha sido, y sigue siendo, el camino emprendido por Rafael, abriéndole siempre nuevos horizontes a lo que un buen día llamó sus barricantos; me refiero al concierto que celebró el 27 de agosto de 2002 en el teatro Alvear, situado en la calle Corrientes, de Buenos Aires.

 

En aquel mismo teatro, Rafael, con siete años, sentado en un palco, vio cantar a su padre –don Francisco Amor– acompañado de la orquesta de Francisco Canaro. Ahora, cuarenta y siete años después, sus hijas, sentadas en el mismo palco, le escuchaban a él.

 

Hija,

en un día de estos,

te dirán algunos que he perdido el tiempo,

que he sido un iluso;

ríete de ellos.

Ya verás cuando ames,

y sientas muy dentro

la embriaguez tremenda

de los sentimientos,

cambiarás la vida

por la paz de un beso;

siendo por amor

hasta el pecado es bueno.

 

Recientemente, a mediados de 2007, Rafael tomó la decisión de trasladarse a vivir a Argentina; aventura compartida con Pilar Campos –Pili–, compañera del alma con la que, desde 1993, comparte su vida.

 

Nada más llegar a Buenos Aires siguió cantando “como quien respira” –que diría Celaya– y grabó un nuevo CD titulado A mí la calle (Acoua Records), obra presentada por Rafael con el siguiente texto que retrata, nítidamente, los rasgos más característicos de su personalidad y de su obra:

 

“Siempre fui de la calle. Deambulo por ella lleno de curiosidad y asombros. Metido en la muchedumbre con su ritmo frenético, me gusta oler la ciudad, latir su pulso, capturar rostros, miradas, gestos, e ir catalogando soledades: los que hablan solos, los que escuchan voces, aquellos que tienen virtuosas cinturas para gambetear la vertiginosa histeria transeúnte con un quiebre de cadera o un sobrepaso, esos que están en la calle urgidos por sobrevivir entre la mendicidad y el descaro, los que todos los días creen tener una nueva martingala para ganar en la ruleta del pan, los traficantes de inocencia y dignidad, los dueños, que patean las puertas al entrar y los que se las abren genuflexos. Caínes con gesto de Abeles y Abeles llenos de Caínes y la gente que sonríe y se toma un café con un amigo.

 

En la calle uno pierde cosas que traía de la madre, de la casa, y encuentra otras que se le hacen carne. Uno pierde candidez y gana códigos, aprende a convivir con los cirujas, los zarpados, los chantas de todos los colores, los que tienen chapa de vivos, los boludos, los pesados y apretadores, aprende a conocer en los ojos de los otros cuánto dura la paciencia, a esquivar sopapos y a meter una mano en el momento justo... a dar la mano, también, en el momento justo.

 


Rafael y Salvador Amor

Por la calle vemos el pueblo, porque es donde nos han dejado, en la calle. Vamos cargados de razones con una bandera única en definitiva, la de la justicia. Esa calle no les gusta, la calle piquetera, cartonera, prestimana en los semáforos, lavaparabrisas, la calle cortacalle, la de las familias durmiendo en los umbrales, la de los viejos abandonados a su suerte, la de los pibes insomnes que trashuman tachos de basura y se dan con pegamento, pero, mal que le pese, existe y la ve cualquiera que salga a la calle y mire –no como acostumbran a salir con los ojos cerrados, los oídos tapados y la boca sellada–; a veces ganamos algunas peleas y otras tenemos duras derrotas, pero seguimos peleándoles la calle. Aquí van estas canciones que traigo de mi madre, la que me dio el ser, mi vieja querida, María, que me enseñó el amor, el trabajo, la vida y muchas otras bellas cosas, la calle, donde mamo a diario mi leche de poeta y la lucha, que me ha hecho más humano”.

 

Hay que decir también, que aunque en la actualidad Rafael vive en Argentina, felizmente, no deja de volver a España para regalarnos sus canciones, para hacernos disfrutar de su presencia y para ofrecernos discos como esta antología que se integra en la colección a la que hemos titulado El canto emigrado de América Latina.

 

DISCOGRAFÍA DE RAFAEL AMOR

 

 Cosas de todos para todos (EMI-Odeón, 1972)

 • El hombre vino del barro (DIRESA, 1973)

 • No me llames extranjero (Movieplay, 1976)

 • Personajes (Movieplay, 1977)

 • El loco de la vía (Movieplay, 1979)

 • Diez años en España (Movieplay, 1983)

 • Corazón libre (Editado en Argentina)

 • La tangués (Editado en Argentina)

 • Un directo de amor (Fonomusic, 1994)

 • La crisálida... y otros milagros (Fonomusic, 1997)

 • Batemusas (Editado en Argentina)

 • Amor (Editado en Argentina)

 • El mundo se mueve (Autoedición, 2001)

 • Barricantos, 30 años de memoria (Autoedición, 2003)

 • Amí la calle (Acoua Records, 2007)

 • El cantavidas (Sello Autor, 2008)






 
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