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Año de la Cançó

Nos hacen falta (todavía) canciones de ahora

por Joan Josep Isern el 29/01/2009 

El escritor y crítico Joan Josep Isern pronunció este parlamento en la Sala de Cambra del Palau de la Música Catalana el pasado 14 de enero de 2009 con motivo de la reedición del disco de «Els Setze Jutges» Audiència Pública y que ahora nos ha cedido amablemente para su publicación


Joan Josep Isern pronunciando este parlamento el pasado 14 de enero
© Juan Miguel Morales

Buenas tardes.

Si yo ahora me pusiera a contar impresiones de hace cincuenta años cuando el artículo de Lluís Serrahima se publicó en "Germinàbit" mentiría. Por dos razones. Primero porque entonces yo era un chiquillo de ocho años, a punto de cumplir nueve, y en consecuencia iba por el mundo muy distraído. Y segundo porque entre los hábitos culturales que se practicaban en mi casa no figuraba el seguimiento de las publicaciones montserratinas (1).

Mira que tengo memoria para según qué cosas pero debo confesar que no puedo concretar cómo y cuándo fue mi primer contacto con la Nova Cançó Pero de una cosa estoy casi seguro: la inoculación del virus me llegó por vía radiofónica. La cosa es que a partir de un momento determinado me convertí en seguidor ferviente del nuevo fenómeno a través de las cantadas que se organizaban en parroquias, agrupaciones, centros excursionistas, grupos scouts o, cuando el evento subía de grado, en el Fòrum Vergés, en el teatro Romea o en el Palau.

Mi punto de vista es, por tanto, el de uno que hacía de público. Para entendernos: yo era de los que cantaban el "Diguem no" de pie y con la letra sin censurar mientras el pobre Raimon, encima del escenario, pasaba la maroma como buenamente podía, yo fui de los que descubrimos una vía de expresión anarquista (a pesar de los esfuerzos de Espinàs, Brassens era un perfecto desconocido) escuchando a Pi de la Serra. O de los que nos divertíamos escuchando las canciones gamberras del "gamberret" Barbat. O de los que nos poníamos trascendentes cuando Guillermina Motta cantaba aquello de “Digueu-me per què / estan tan avall sento coses tan altes” (Decidme por qué / estando tan abajo / siento cosas tan altas).

Yo fui de los que descubrimos que punteado con el acorde de re y poniendo y sacando el dedo pequeño encima de la cuerda prima salía el comienzo de "Cançó de matinada". También —como no podía ser de otro modo— fui de los que durante un tiempo íbamos por el mundo platónicamente enamorados de una jovencita mallorquina de larga melena negra que cantaba Aigo vos demanam / i vos senyor mos dau vent (Agua os pedimos / y vos Señor nos dais viento".

Yo tuve la suerte de vivir los cuatro segundos más intensos de mi experiencia de la Cançó. Hablo del mes de abril de 1967 durante la presentación en el Palau del primer álbum de Joan Manuel Serrat. Fue un estado de shock colectivo al final de una extraordinaria canción que acabábamos de escuchar por primera vez. Cuatro segundos de emocionado silencio antes de un "ooooh" pronunciado por los más osados que dio paso a una ovación de las que hacen época. Aquella canción se llamaba "La tieta".

Después vino el Grup de Folk. Y los layetanos. Y por el camino nos hicimos mayores. Eso sí, en compañía de la Cançó y de todas sus reminiscencias, marcando los hitos de nuestra vida.

Teníamos "canciones de ahora" y las queríamos.


Hace justo un cuarto de siglo escribí un artículo en el Diari de Barcelona. Lo titulé "Nos hacen falta (todavía) canciones de ahora" y era mi pequeño recordatorio de los veinticinco años de la publicación del artículo de Serrahima. No quisiera poner la mano en el fuego pero juraría que fui el único que, al menos en la prensa no especializada, se hizo eco del aniversario.

Estos días he releído lo que entonces escribí. Hablaba de la desaparición de Edigsa, consumada precisamente por aquellas fechas, y de la expectación generalizada que en el ramo de la música había suscitado la puesta en funcionamiento pocos meses antes de TV3 y Catalunya Ràdio (2). Las grandes esperanzas de difusión de las canciones nuestras en una radio y una televisión que queríamos también nuestras.

El desencanto (por decirlo de manera fina) del gremio no tardó en aparecer y fue creciendo hasta estallar cinco años después, con el encierro de unos cuantos cantantes en las dependencias de la Consellería de Cultura (3).

Hace veinticinco años, cuando yo escribía mi artículo en el Diari de Barcelona, aquí había un gobierno que en cuanto tenía oportunidad no dejaba de pregonar su fe nacionalista; en España todavía nos contemplaban con respeto y pesar todo creo que no supimos salir del apuro.
Nos hacían falta todavía canciones de ahora.


Hoy somos el país del cosmopolitismo pelele, de la modernidad rígida y del mestizaje asimétrico (es decir, el que siempre nos hace aflojar del mismo lado). Y del autoodio hemos hecho imagen de marca. Ha sido un trabajo sutil pero implacable y demoledor porque ya hace años que los generadores de opinión más hegemónicos han ido creando la imagen que todo aquello que no renuncia a ser catalán es raquítico, corto, bajo de techo, estrecho de pecho, carca y alejado de las corrientes por donde circulan los signos de los tiempos.

Raimon tenía razón, pero se quedó corto. No sólo perdemos la identidad cuando perdemos los orígenes. También la perdemos cuando confundimos los referentes. Cuando nuestros horizontes se limitan a compararnos con la cultura castellana y con España. Es una pérdida de identidad más sutil pero letal a largo plazo. Gota a gota y casi sin darnos cuenta. "Consiguiendo el efecto sin que se note el cuidado" (4), vaya.

No los aburriré con ejemplos del año de la Maricastaña. Escogeré uno de la semana pasada cuando parece que todo el mundo encontró tan normal que durante dos días los informativos de la televisión nacional de Catalunya abrieran —¡abrieran!— con la noticia del desatino que había en un aeropuerto situado a 600 kilómetros altiplano adentro.

Esta situación ha degenerado, además, en una especie de "síndrome del agradecimiento perpetuo". Es decir, aquel sentimiento que de manera instintiva segregamos cuando algún representante de la cultura que consideramos referencial nos da coba.

Es el caso —involuntario e instintivo, pero significativo, a fin y al cabo— de la publicidad de "Oxigen", el magnífico disco del grupo Gossos. En todos los anuncios y mensajes promocionales el único valor que se destacaba era que el señor Dani Macaco colaboraba con el grupo en una canción. ¿De verdad que para el departamento de promoción no había nada más de remarcable en los otros catorce temas del disco?

Un caso similar —y, lo vuelvo a decir, involuntario e instintivo, pero significativo, a fin de cuentas— es el de mi admirado Joan Isaac: en la promoción de "De Profundis", su penúltimo disco, lo único que se destacaba era que la señora Ana Belén cantaba unas estrofas en catalán en una canción. ¿De verdad la compañía discográfica no fue capaz de encontrar ninguna otra virtud a destacar en el resto de temas del disco?

Otras veces el fenómeno nos llega con alguna variante. Como hace un par de años a raíz de la publicación de "". Decía la promoción: "El primer disco de Serrat con material nuevo en catalán en dieciocho años". Y a todos los cronistas les faltó tiempo para destacar el hecho como uno de los méritos del nuevo disco. ¿A nadie se le ocurrió preguntar, sencillamente, donde estaba el motivo de tanta alegría? ¿O es que, como dice el tango, una demora de dieciocho años en hacer un disco en la lengua propia es un detalle sin importancia?


Esto, nos guste o no, es lo que tenemos. Y sin embargo miro el presente y comienzo a contar la gente que hace cinco años no estaba y que ahora reclama su lugar bajo el sol. Y me quedo maravillado ante la lista de músicos y cantantes que están haciendo "canciones de ahora": Mazoni, Sanjosex, Guillamino, Marcel Cranc, Lo Pardal Roquer, Estanislau Verdet, Antònia Font, Obrint Pas, Manel, Xavier Baró, El fill del Mestre, Le Petit Ramon, Eduard Canimas, Sanpedro, Mishima, Kaulakau, Clara Andrés, La Brigada, La Gossa Sorda, Pau Alabajos, Abús... y me detengo sabiendo que me dejo un montón.

Todo ello me hace pensar en lo que el año pasado, pocos días antes de la Feria de Frankfurt, decía Quim Monzó refiriéndose a nuestra literatura: "La literatura catalana es tan potente y competente como cualquier otra. Es el país el que no aguanta. Un país que se nos está quedando delgado y transparente como la capa de una cebolla". Creo que el argumento lo podemos hacer extensivo a nuestra música.

¿Nos hacen falta, pues, todavía canciones de ahora? Quizás ya las tenemos. Lo que hace falta es que detrás de quienes las entonan, todos —particulares e instituciones— dejemos de lado las tonterías, nos lo creamos y pongamos toda la carne en el asador.

Con testadurez y la cara bien alta.

Muchas gracias.


(1) Germinàbit estaba editada por el monasterio benedictino de Montserrat

(2) TV3 y Catalunya Ràdio son la televisión y la radio públicas catalanas.

(3) Leer: Tocarle los cojones al Poder

(4) De la "Instrucción secreta" que el fiscal del Consejo de Castilla, don José Rodrigo Villalpando, trasmitió a los corregidores del Principado de Cataluña el 29 de gener de 1716: "Pondrá el corregidor el mayor cuidado en introducir la lengua castellana (...) parece conveniente dar sobre esto instrucciones y providencias muy templadas y disimuladas, de manera que se consiga el efecto sin que se note el cuidado..."






 
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