¿Qué me hago sin Sara? cuentan que clamaba Amaury Pérez abrazado a su esposa Petí.
El autor de estas líneas en su último encuentro con Sara González el noviembre de 2009 en el patio del Centro Pablo de la Torriente Brau en La Habana
© Alain Gutiérrez
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Vi por primera vez a Sara en el 1976 pero la conocí personalmente allá por el 1999. Ese día terminó a gritos conmigo. Se había pasado toda la tarde tomando y jugando al dominó. Cuando los niveles etílicos se pusieron duros descubrió que yo colaboraba en una discográfica y entonces cargó sobre mí todos los males del mundo.
"No se lo tengas en cuenta" se iban disculpando a turnos Pepe Ordás, Karel García y Carlos Lage, testigos mudos del hecho y, al parecer, menos sorprendidos que yo por esa extraña salida tono.
¿Cómo se lo iba a tener en cuenta? En peores plazas he toreado y al cabo Sara me había entregado infinidad de bellos momentos que yo no iba a permitir que quedaran borrados por cuatro —o cinco— copas de más.
El tiempo —ese mismo individuo que nos va a poner un emplaste en la herida de hoy— se encargó de quemar ese recuerdo y arrojar sus cenizas en cualquier rincón. Al año siguiente ella no recordaba ese incidente —de hecho creo que ya no lo recordaba al día siguiente— y nunca más se habló del tema.
No sé porqué lo recuerdo precisamente hoy. Quizá porque necesito sentirla viva o porque pensando en ello se me ha escapado una leve sonrisa. Una sonrisa que tanta falta nos hace. Especialmente hoy.
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