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FRAGMENTOS DE UN SUEÑO

EL EXILIO

por Luis Cifuentes Seves 

LUCHO: Max, cuéntame qué ha significado para ti el exilio.

MAX: Bueno, tú sabes que yo nací en Ecuador y llegué a Chile a los 20 años de edad. Allí estudié, viví durante 11 años, me casé con chilena, tuve un hijo chileno y me nacionalicé. Yo tengo prohibición de volver a Chile, pero la verdad es que mi mujer e hijos viven en Italia y el resto de mi familia vive en Ecuador, de manera que para mí el exilio realmente ha sido medio exilio solamente, ya que voy a Ecuador muy a menudo. Para mí no ha sido tan duro como para el resto, aunque ha sido doloroso. Sin embargo, por otro lado el exilio ha sido muy rico en experiencias humanas y culturales. Yo soy feliz porque tengo una familia y la vida en Italia no es traumática para mí. No ha sido difícil adaptarme, he desarrollado amistades. Esto debe ser porque yo desde los 20 años he estado como en el exilio.

LUCHO: ¿En qué circunstancias de tu vida ocurrió el golpe de Estado?

MAX: El año 73 fue muy intenso. En febrero, cuando estábamos en plena campaña parlamentaria, nació mi hijo mayor, Tocori. Había una seguidilla de actividades, estábamos viviendo el sueño de cambiar Chile para mejor. En esas circunstancias salimos a Europa al Festival Mundial de la Juventud en Berlín, con una delegación de más de 250 jóvenes. Esto fue en julio. Inmediatamente después iniciamos una gira que nos llevó a la Unión Soviética, Vietnam del Norte y luego a varios países europeos. En Italia nos sorprendió el golpe.
Fue muy doloroso. Se perdía esa gran posibilidad de cambiar la sociedad chilena. Por las noticias que nos llegaban, se veía que no era un golpe de tipo tradicional latinoamericano, sino que tenía un carácter fascista. Empezamos a saber de amigos muertos, de familiares detenidos, etc. Ese mismo día hicimos un concierto por Chile, llamando a la solidaridad en el barrio romano de Tiburtino III. Desde ese momento nuestra vida se convirtió en un viajar incesante. En 1974 hicimos más de 200 conciertos en distintas partes del mundo. Todos teníamos compañeras, varios teníamos hijos y este trabajo nos mantenía alejados de nuestros hogares por diez meses cada año.
Sin embargo lo hacíamos con entusiasmo, ya que abrigábamos la esperanza de que esa noche negra iba a terminar luego y de que íbamos a poder regresar. Por mucho tiempo tuvimos poco menos que las maletas listas para el retorno, pero lentamente, y con mucha dificultad, hemos llegado a aceptar el hecho de que esta situación se puede prolongar aún por varios años. Esto era necesario, ya que uno no puede vivir toda la vida entre paréntesis. Desde 1982, más o menos, yo he asumido mi vida privada de una manera más realista, poniendo los pies en la tierra donde me encuentro.

LUCHO: ¿Cómo ha condicionado el exilio la vida de tu familia, el hecho de que tus hijos hayan nacido o crecido en Italia?

MAX: Poco antes de venirme, mi mujer, que ya conocía Europa, me estuvo dando consejos acerca de que ver y que comer, etc. en cada país. Allí ella me dijo que el ideal de su vida era vivir en Roma, cosa que se cumplió, por casualidad, poco después del golpe.
Yo me separé hace cinco años, pero mantengo un estrecho contacto con mis hijos. Hace pocos días estábamos conversando y yo le pregunté al mayor si el se sentía chileno o italiano. El me contestó que lo único claro era que él no se sentía italiano, pero tampoco chileno, ya que conoce poco de Chile. No tiene clara su identidad. El más pequeño, Cristóbal, de 8 años, me contestó que él no tenía ningún problema, ya que no se sentía ni chileno ni italiano, sino que se sentía Cristóbal.
Para mí es muy extraño, ya que yo me siento profundamente ecuatoriano, a pesar de haberme nacionalizado chileno y me pregunto si mis hijos irán a tener un problema de identidad cuando adultos. A lo mejor no.

LUCHO: Tú has conocido muchos chilenos en el extranjero. Cuéntame de ellos.

MAX: Sí, nosotros nos encontramos con muchos chilenos, ya sean refugiados o voluntariamente exiliados. Hemos visto cosas muy interesantes. Por ejemplo, en Suecia hay una ciudad que se llama Norrkoping donde hay muchos chilenos. Lo sorprendente es que todos son de Tocopilla, centenares de ellos. Tienen hasta un representante ante el gobierno local. Nos contaron que, como seguía llegando gente de esa ciudad, el alcalde les preguntó si estaban seguros de que el golpe no había sido sólo en Tocopilla (risas).
En Vancouver, Canadá, estuvimos recientemente en un pueblo o barrio chileno. Ellos, con ayuda de arquitectos chilenos, construyeron una pequeña ciudad dentro de Vancouver, donde viven unas 50 familias. Tienen un grupo folklórico para los niños, cursos de español, todas las cosas que uno no quiere perder; un centro cultural, una biblioteca... allí alojamos tres días. Los niños llaman "tíos" a todos los adultos, incluso a nosotros. Pero a mí me dio un poco de pena, ya que ellos viven como chilenos, pero me pareció que apenas salen de este pequeño mundo, deben enfrentarse a una realidad totalmente distinta.

LUCHO: En algunos grupos de exiliados chilenos se da una mentalidad de ghetto; no sólo se reunen buscando una continuidad de su vida cultural nacional, sino también como una forma de no enfrentar la nueva realidad en la que viven.

MAX: Esto es particularmente dramático en el caso de países donde se habla idiomas minoritarios, como Suecia, Finlandia, etc. Nosotros a menudo nos alojamos en casa de chilenos y vemos como se da el caso dramático de adultos que no aprenden el idioma local. Sus hijos, en cambio, sí lo aprenden, y donde no se da un esfuerzo real por enseñarle el español a los niños, a veces se produce una total incomunicación entre padres e hijos.
Esto provoca problemas muy serios que llevan a veces al desequilibrio psíquico. Conocimos un caso de un chileno que vivía en Suiza y que se encontraba en muy mal estado anímico, al borde del suicidio. Este hombre encontró una manera de sobrevivir el exilio volviendo a la que había sido su pasión de muchos años, la hípica. Descubrió que, cruzando la frontera con Francia, había un hipódromo. Esto, dice él, le salvó la vida.
Otro problema que se da a menudo es el de enfrentarse a la libertad sexual que se da entre matrimonios europeos. Chilenos casados se entusiasman y se van detrás de alguna jovencita. Después de algún tiempo retornan a su hogar y a su esposa chilena para encontrarse con que ella también ha descubierto esta libertad y allí se produce el drama, ya que en algunos sectores hay un machismo muy marcado. Invariablemente es el hombre el que empieza, y cuando la mujer sigue sus pasos, se produce un serio conflicto.
Otro aspecto interesante es el de los oficios extraordinarios que los chilenos han desarrollado en el extranjero. Yo una vez estaba en una tienda en Caracas cuando escuché que alguien me llamaba. Me di vuelta y no reconocí a nadie. Esto se repitió varias veces hasta que me di cuenta de que era el Viejo Pascuero (Santa Claus) de la tienda, un abogado amigo mío.
Y es muy interesante conocer y compartir con personalidades de estatura mundial, gente que ha estado entre nuestros ídolos, como Harry Belafonte, con quien hemos compartido dos veces el escenario. Es muy solidario con nuestra causa y ha sido siempre muy afectuoso. O encontrarse con María Farandouri, Mikis Theodorakis, Jean-Louis Barrault, Vitorio Gassman, Claudia Cardinale, Gian María Volonte, personajes políticos como Fidel Castro, con quien hemos estado dos veces, Pham Van Dong en Vietnam... compartir con dos grandes guitarristas como John Williams y Paco Peña. Son experiencias inolvidables que nos han enriquecido.

LUCHO: Marcelo, ¿cómo te ha afectado a ti el exilio?

MARCELO: Entre otras cosas, creo que he aprendido a valorar el papel de la Iglesia. Yo era muy come-curas. No bauticé a ninguno de mis hijos y rechazaba de plano la posibilidad. Pero ahora pienso que no los bautizo por respeto a algo en lo que no creo. Yo no podría casarme por la Iglesia tampoco, porque he visto gente que lo hace porque cree y los respeto. Mi soberbia se ha mellado.

LUCHO: ¿Fue esto producto de un proceso consciente, fue producto del shock del exilio o de otras causas?

MARCELO: Mira, yo el shock del exilio lo sufrí con problemas de la piel. Lloré muy poco. Gente cercana a mí se preocupaba de que yo no reaccionara. Mi suegro forzó la puerta del baño para mostrarme el diario con la noticia del asesinato de Víctor Jara. Quería hacerme reaccionar. En aquellos momentos, yo simplemente esperaba "al próximo", como Jacques Brel. Amigos y familiares presos, en campos de concentración... Después de años comencé a sacar mis conclusiones y hacerme preguntas.
Yo tuve un cambio fundamental respecto de la Iglesia, respecto del pueblo norteamericano, cuyas tradiciones progresistas desconocía. En lo chileno, creo que la Unidad Popular no se va a repetir. Nosotros gozamos el entusiasmo de esos tiempos apasionantes, salimos al exilio jóvenes, algún día vamos a poder volver, y con un nuevo bagaje cultural.
Nuestras dos actuaciones en Mendoza me han hecho reparar en que Chile ha cambiado más de lo que me gustaría admitir. El Colo-Colo (1) ya no es el Colo-Colo, el liceo Lastarria de mi adolescencia ya no es el mismo. En los barrios los bolichitos ya no tienen cabida y la gente prefiere el supermercado; tengo la impresión de que si una muchacha quiere dedicarse al teatro tiene grandes dificultades, no sólo por ser mujer sino que porque el arte se ve como algo pecaminoso. Tengo la impresión de que sobre Chile hay una nube muy gris y que no puede llover. Una nube sin proceso natural. La nube que todavía se nota sobre Madrid. 40 años de fascismo dejaron su marca que se manifiesta en miles de pequeñas cosas. Tú me contaste de tu viaje a Chile y a mí mucho me agradaría experimentar el mismo sentimiento positivo, rejuvenecedor, tu reencuentro con esa cultura que no muere, que te llena de optimismo. Espero, por lo tanto, que cuando yo vaya a Chile todos estos temores desaparezcan el primer día.

LUCHO: Se dice que hay un culto a la comida entre los chilenos. Los exiliados por lo general se preocupan de preparar comidas típicas, empanadas, pastel de choclo, etc.

HORACIO: Bueno, también entre italianos, y ciertamente en muchos otros países, existe ese hábito, de modo que no es exclusivo nuestro, pero sin duda es bastante fuerte. A mí me gusta conversar en detalle acerca de recetas. Es un tema favorito mío, y de allí parten relaciones íntimas de largo plazo, de un plato de comida (risas).

LUCHO: ¿Encuentras los ingredientes?

HORACIO: Sí, excepto el choclo que en Italia no se usa en la cocina.

LUCHO: ¿Tienen Uds. contactos establecidos para conseguir cosas tales como pisco chileno, mariscos, etc., que son muy difíciles de obtener en Europa?

HORACIO: No establecidos, pero nos llegan a través de familiares y amigos que viajan a Europa. Si tú quieres, es una red informal e imprevisible, pero que funciona.

LUCHO: Sin duda. Hace pocos días me sorprendiste con esa fabulosa cazuela de mariscos ahumados a la usanza chilota que preparaste. No la comía hace más de 15 años.

HORACIO: Esos los trajo mi compañera de Chiloé el año pasado. Los compró en el mercado de Castro.

JORGE: A veces me encuentro con que me llegan demasiadas cosas juntas y hasta se pierden porque no las puedo consumir a tiempo.

MAX: Lo que yo echo de menos es el vino chileno. En Italia no se consigue, aunque sé que se vende en otros países de Europa. En varias partes del mundo, los chilenos nos atienden con platos típicos. Cada vez que actuamos en Suecia, nos va a ver y nos lleva una bandeja de empanadas una señora chilena que vive allí. Son las mejores empanadas del mundo. En Alemania hay otra señora que siempre nos lleva pan amasado. Ella era miembro del Centro de Madres "Inti-Illimani" en Santiago. Estos son los gratos rituales de nuestro trotar por el mundo.

LUCHO: Hay otro tema que, cuando surge, provoca grandes polémicas es el de los "deberes del exiliado". ¿Te ha tocado participar en esas discusiones?

MAX: Sí. Por mucho tiempo se ha dicho que los deberes fundamentales son los de la solidaridad y el retorno, apenas sea posible. Creo que hay cierto consenso respecto de estos.

LORO: No hay que olvidar que estas prioridades a veces naufragan simplemente porque el estado psicológico de las comunidades exiliadas dista de ser el mejor. El exilio político es el más duro, ya que suele ser acompañado de la muerte de sueños, destrucción de familias, derrumbe de un complejo tejido de hábitos y esperanzas.

JOSÉ: En mi experiencia, el primer período, el de la maleta cerrada, mostró a la mayoría de los exiliados pendientes y dependientes de la situación chilena, orientados a sostener y enriquecer la solidaridad internacional como contribución concreta al sonado vuelco de la situación. Vivíamos con un calendario corto, que nuestros deseos coronaban con un pronto retorno. Este período duró, para muchos, 4 o 5 años. Entonces se abrió la maleta y se confirmó el segundo período, el de la ventana abierta. Se intentó aprovechar las oportunidades existentes, cambiarle al exilio el signo ignominioso de ser prohibido en su propia tierra, por el signo positivo de aprender en el nuevo ambiente. Así, muchos comenzaron a prepararse en un oficio o a estudiar una carrera, cada cual con su procesión por dentro, con su reflexión acerca de la tragedia ocurrida. Se buscó una perspectiva personal más independiente de la existencia de la dictadura, pero ligada a la idea de regresar mejor preparados.
A pesar de las dificultades del trabajo orgánico en el exilio, ha habido importantísimas experiencias en torno a la solidaridad, así como en otras áreas. Ha habido colaboración muy fructífera entre los exiliados chilenos y los sindicatos, partidos y grupos solidarios en muchos países. Se ha establecido contactos de ayuda económica con organismos que operan en el interior, especialmente ollas comunes, instituciones religiosas, sindicales, etc., así como convenios con organizaciones internacionales de cooperación con los países dependientes en áreas de salud, investigación, educación, asistencia técnica, etc. A través de estos contactos se ha conseguido también la libertad de numerosos presos políticos. Este es un aspecto muy positivo y práctico del trabajo de las organizaciones de exiliados. Las experiencias exitosas se han constituido, además, en motivación vital para quienes participan en ellas.
Me parece que la tendencia natural entre los que no podemos volver es la de aferrarnos a una realidad que ha sufrido profundas modificaciones y es necesario ajustar cuentas con esos cambios. Nosotros conversamos con muchos chilenos de paso en Europa o en otros continentes, que representan un espectro de posiciones políticas y esto siempre lo hemos considerado no sólo positivo, sino que necesario y beneficioso. Nunca preguntamos por las posiciones políticas de nuestro público. La nuestra es bien conocida, de modo que si alguien no la comparte y aún así se acerca a nosotros, lo consideramos un hecho muy positivo.

LUCHO: Uds. han hecho intentos de retornar a Chile, e incluso varios de Uds. han estado dos veces en el aeropuerto internacional de Santiago, Pudahuel, al que también se le cambió nombre. Marcelo, cuéntame de esos intentos.

MARCELO: Varios de nosotros pedimos autorización para ir a Chile. José cuando murió su padre, el Loro cuando murió su hermano, etc. Tratamos todo. Ni siquiera nos contestaron. En el caso del Loro, intervino incluso el diplomático chileno Bernstein, sin resultado positivo. Todo esto fue bastante sorprendente, ya que hasta a Jorge Insunza, alto dirigente del PC durante y después del gobierno de Allende, se le había autorizado a entrar a Chile por un período limitado. La cosa es que, en julio de 1984, fuimos a Ecuador en gira y habíamos ganado el premio Alerce en Chile, y pensamos en ir a recibirlo. Hubo una discusión y decidimos tratar de entrar, ir a Chile. Por motivos económicos, se decidió que fueran dos y por ser los más entusiastas e insistentes, se nos encargo a José y a mí ir.
Antes y durante el viaje aéreo fuimos alimentando esperanzas, ya que habíamos pedido permiso sólo por 48 horas. No podíamos quedarnos más por compromisos artísticos. Cuando llegamos a Pudahuel, decidimos bajar al último. De pronto, avisan por los parlantes que sólo es posible bajar por una puerta, sólo los que van a Chile, y, en forma extraordinaria, se pidió que los pasajeros bajaran con el pasaporte en la mano.
Nosotros, por casualidad, nos encontramos a bordo con Roberto Bravo, el pianista chileno. Roberto se había jugado por ayudar, y había enviado un télex al gobierno chileno desde Roma pidiendo que nos dejaran entrar. En la puerta del avión, paso mi pasaporte y me dicen que no puedo bajar. Yo pedí explicaciones, no me las dieron y empezó un tira y afloja con mi pasaporte. Finalmente lo solté. La escala de descenso estaba llena de agentes de la CNI, un verdadero callejón oscuro. Se nos impidió físicamente descender del avión.
Volvimos a nuestros asientos, los agentes se subieron y revisaron todo buscando quién sabe qué. Y se sube una rubia, aparentemente a cargo del grupo. Y ahí José hizo algo totalmente inesperado: le coqueteó a la rucia, con sus ojitos de perla negra. "¿Oiga que se ha demorado esta escala aquí, no?", le dice. Y con eso la desarmó, pues era lo que ella menos se esperaba.
Bueno, salimos expulsados a Buenos Aires, sin pasaporte. Al rato, la azafata nos trajo los pasaportes y sendos whiskys dobles. Llegamos a Buenos Aires y por suerte José tenía el teléfono de Mercedes Sosa, quien estaba de cumpleaños. Ella nos acogió y nos resolvió los problemas prácticos. De allí volvimos a Ecuador y Ecuatoriana de Aviación tuvo la gentileza y la decencia de reembolsarnos el pasaje.
El segundo intento fue colectivo. En marzo del 85, fuimos todos, de nuevo, desde Ecuador. Allí anunciaron que no se podía descender del avión, ya que Santiago no era escala de ese viaje. Se paró entonces un colombiano y reclamó que él tenía que bajar, ya que quería comprar vino chileno para una fiesta que tenía en Buenos Aires. La azafata hizo algunas averiguaciones y volvió diciéndole que sí podía bajar. El pobre colombiano no supo qué le pasó por encima. Siete vólidos (risas).
Nos subimos al bus, no hubo agentes de la CNI esta vez. En el bus tocaban música folklórica dando la bienvenida a Chile. Llegamos al hall de tránsito y nos dimos cuenta de que andábamos sin dinero. Max de repente se encontró una libra y se puso a la cola para cambiar y poder llamar por teléfono a alguien. Por una ventana se veía hacia afuera. Ahí Jorge dice "mira, estamos a diez metros de la calle". Y comenzó una discusión acerca de si eran diez o doce metros los que nos separaban del exterior del aeropuerto. En eso aparece Susana, mi mujer, que estaba en Chile y se mete a la fuerza. Bueno, la situación se resolvió y pude besar a mi mujer en Santiago. Soy el único Inti que ha podido hacerlo desde el golpe (risas). Empezaron a aparecer parientes que sabían de nuestra posibilidad de bajar del avión y comenzamos a conversar a través de una ventanilla minúscula, el Loro con su hermana, otros con amigos, etc.
Bueno, tiempo de volver al avión, subimos y me encuentro a boca de jarro con la azafata que nos había tocado la vez anterior, cuando no nos dejaron bajar. "¡Usted!", digo yo. "¡Usted!" dice ella. Y allí comenzó la conversación donde ella nos contó lo que había pasado en la primera ocasión. Al avión lo pararon en el cabezal de la pista, lo rodearon de tanquetas con un movimiento de tropas que aterrorizó a la tripulación. Los amedrentaron y ellos creyeron que llevaban a bordo a los peores bandidos del universo. Lo más curioso fue que esta niña trabajaba normalmente en los vuelos Quito-Miami, pero de vez en cuando hace el viaje a Santiago-Buenos Aires. En las últimas dos ocasiones le habíamos tocado nosotros a bordo. Los whiskys dobles corrieron todo el camino (risas).

LUCHO: ¿Va a haber otros intentos de retorno?

JOSÉ: No sólo intentos. Nosotros seguiremos reafirmando nuestro derecho a vivir allá. Chile es tan nuestro como nuestra infancia nuestra adolescencia o nuestros actos. Pretender quitarnos a Chile es como querer quitarnos el color de la piel o el modo de andar; es imposible. Nosotros estamos totalmente seguros de que vamos a volver a Chile, de que nuevamente actuaremos entre el público que nos vio nacer como conjunto y nos alentó en los años en que estábamos inventando a Inti-Illimani. Y como individuos, recorreremos una vez más las calles y rincones de nuestros años de inocencia y de juventud apasionada y abrazaremos a todos aquellos que nunca se han apartado de nuestros pensamientos. En canciones como "Vuelvo", "La mitad lejana" y "Colibrí" hemos expresado algunos sentimientos sobre el tema y tenemos la certeza absoluta de que Chile superará el crimen pavoroso del exilio forzado. Esta convicción nos mantiene activos y optimistas.


NOTAS

(1) Colo-Colo es un club chileno de fútbol. (Volver atrás)






 
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