Cosquín, quinta luna. Gritos, susurros y un sueño dorado hecho realidad

Abel Pintos en la quinta luna de Cosquín. © Paul Amiune

Se puede decir que fue la noche de Abel Pintos. Y que, como en ninguna otra jornada, un artista abarcó la frase en su totalidad, para incluir público, ambiente y escenario. El artista de Ingeniero White no sólo agotó por primera vez las entradas en esta edición (cerca de medianoche no había más localidades), sino que brindó un espectáculo —basado en su último disco, Sueño Dorado—, que fue un recorrido por su carrera, junto a una puesta en escena digna de ver, más allá de los prejuicios y los gustos.

Y si alguna duda quedaba sobre el repertorio, la versión de El Antigal puso el punto final a cualquier duda sobre si Pintos es un artista pasajero. Al lado de temas como Cactus, de Gustavo Cerati, de canciones propias de factura melosa y de intentos de rockear (por su fanatismo con el rock, y su gusto por la banda A.N.I.M.A.L., de Andrés Giménez), de joyas como la que compusiera Daniel Toro, y encima a capela, trajeron el recuerdo de aquella noche de su consagración, en el año 2009 y descubrieron por todo esto y más, el crecimiento de este artista. Tu Voz, Peregrinos, La Llave, Revolución, Quien Pudiera y el Beso, también formaron parte de su repertorio en una noche que arrojó luces como ésta, y sombras como la de Gustavo Patiño, gran compositor, y músico versátil, con un disco nuevo y maravilloso bajo el brazo, cuyo lugar en la grilla quedó desplazado al final, cuando la gente —que en mayoría fue a ver a Pintos— ya se había retirado. Uno se pregunta si los organizadores de las grillas de festivales saben el significado de ciertos artistas. O quizá estén embelesados por el grito y el ruido de otros.

La ruleta de la quinta luna lanzó otros momentos muy distintos a la amargura de la espera de Patiño. Guitarreros, Los Changos y Canto 4, desplegaron voces fuertes y arengas a fuerza de un repertorio conocido y otro más arriesgado y propio, casi todo de procedencia melosa, que a fuerza de de volumen consiguen colocar —por el aplauso— en el mismo lugar que los clásicos. Algo exagerado lo de ponerse de pie cuando Guitarreros cantaba el himno a Cosquín, pero todo vale en la villa del viejo río.

Nahuel Porcel trajo el remanso a al grito pelado y gracias a Dios, algunas de las jovencitas que minutos antes bailaban en la platea, se quedaron a escuchar un poquito de esa belleza que es Pájaro de Rodillas, en la voz de quien fuera músico de Alfredo Zitarrosa.

Víctor Heredia desplegó sus canciones de siempre y presentó a su hijo Lautaro, quien interpretó La Flor Azul a modo de debut. Sobreviviendo, fue el clásico final con las manos en alto y el coro de la platea. Minutos antes, Abel Pintos había dicho que era un orgullo estar cantando en la misma noche que su maestro. Cosas que se dan a la luz de las nueve lunas.

Otro artistas para el desvelo y la escucha: el cordobés Mario Díaz, que logró un rato de silencio a pesar de tener en frente una platea que contaba los minutos para la llegada de Pintos; Anabella Zoch, en igual medida, lució su voz y llamó la atención de muchos, las Fulanas Trío, que fueron junto a Sara Mamani y su set de homenaje a compositoras argentinas, otro remanso entre Guitarreros y Canto 4, y Motta Luna afianzando el papel de artista comprometido, difusor de los poetas olvidados.

La retirada masiva (motorizada por una incipiente tormenta que luego dejo Cosquín dado vuelta), fue musicalizada por más artistas, que quedaban en una larga lista de espera, luego de Abel Pintos: Carlos Cabral, Aguablanca, Raúl Palma, Alberto Oviedo (que acaba de lanzar un disco homenaje a Argentino Luna, donde incluye una de sus últimas grabaciones en vivo), el transformista Nacho Silva y el conjunto Guaycán. Cuando la tormenta desató su furia, promediando la madrugada, todavía quedaban vestigios de la multitud en la plaza, y resonaba el eco de ese Antigal, a capela, que un artista consagrado dejó sobre el escenario.