Sé que a veces el recuerdo es un traidor compañero de viaje, que nos muestra besos donde hubo llanto y brillos donde hubo mediocridad, pero en este caso mi recuerdo es certero y fiel, preciso y honesto, como un verso de Juan Antonio Muriel.
Juan Antonio Muriel
© José Luis Álvarez
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Para comenzar esta presentación, me tengo que remontar al final de la década de los setenta y comienzos de los ochenta, cuando yo era un adolescente y comenzaba mi enamoramiento de la música y más en concreto de la canción de autor, y también de alguna que otra fémina que pasaba por allí, pero esto último no creo que les interese. Dejaba todo mi escaso dinero en salir a escuchar conciertos. Era una época dorada para la música en directo en la ciudad de Madrid, hoy cuna de la cultura casposa y rancia. Entonces, comenzaban a nacer salas míticas donde podías acercarte a escuchar magníficos conciertos a diario.
Fue en una de esas salas donde escuché por primera vez a Juan Antonio Muriel. No sabría decir con exactitud en qué año fue, pero creo recordar que era el año 1980. Yo soñaba con poder dedicarme algún día a ese duro pero bonito oficio de la música y la llegada a mi vida de la música de Juan Antonio fue todo un revulsivo. Él había llegado a Madrid unos años atrás, venía de su Málaga natal y ya contaba con un disco editado: Poder andaluz. Transmitía fuerza, personalidad y un enorme encanto. Muriel te cautivaba con su voz, sus construcciones armónicas perfectas y su soltura en la palabra, que maneja cual mago que saca de la chistera palabras de todos los colores.
Durante aquellos años en los que lo seguí casi semana a semana, porque cuando soy constante soy muy constante, por los distintos locales de la noche madrileña, aparecieron dos nuevos discos suyos, Seguir viviendo y La luna vigila. No obstante, yo seguía prefiriendo el Muriel de los directos: en solitario con su guitarra, con su fuerza y su complicidad (qué le voy a hacer, uno es un sentimental).
Suyas son bastantes canciones que a día de hoy seguimos coreando, como Princesa, que escribió a medias con Joaquín Sabina. Pero treinta y tantos años después, Juan Antonio Muriel ha sabido “envejecer” como los buenos vinos, que siempre mejoran con el paso del tiempo. Su último disco, Caminar, es un trabajo exquisito, realizado con esmero, con dedicación, sin prisas, un disco que nos cautiva el paladar y nos deja en la boca el sabor de su sur y en los oídos una amalgama de raíces e influencias que hacen de él un combinado perfecto, un cantautor con esencia, al que nunca nos cansaremos de escuchar.
Les dejo con mi siempre admirado Juan Antonio Muriel.
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