Los cubanos sucumbieron a la seducción de la voz, el magnetismo y la personalidad escénica de Dulce Pontes, esa diva de la canción portuguesa que ofreció por primera y única vez un concierto en el capitalino Teatro Mella.
AIN | Octavio Borges Pérez - Presentada por el maestro Leo Brouwer, cuya oficina patrocina Festival Les Voix Humaines (Las Voces Humanas), a la actriz, cantante y compositora portuguesa Dulce Pontes, conocida por La reina del fado, le bastó solo salir a escena para provocar el delirio de una audiencia que abarrotaba la sala del coliseo habanero.
Primero su presencia imponente y después la potencia de su voz, toda limpidez y con una modulación increíble de antiguas reminiscencias del fado, que según su compatriota, el escritor Fernando Pessoa, el fado —que según los estudiosos data de siete siglos— "no es alegre ni triste [...] Formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo [...] El fado es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también le abandonó".
La Pontes hace viajar a su público hacia las épocas primigenias del fado, que muchos consideran nacido entre las gentes del mar, acosadas por la soledad y la nostalgia, cuando mecían sus barcos en las inmensidades de los océanos.
Pero también trae en su garganta todo ese legado de voces quejumbrosas y desgarradas de la canción árabe, de los pueblos del norte de África y del muy cercano cante jondo flamenco, tan cultivado en España.
A todo, la artista lusa le adiciona aires contemporáneos del jazz, el pop y otros géneros de la hoy llamada world music y un carisma muy especial de dulzura y cercanía, puesto en evidencia cuando interrumpió a uno de los asistentes escénicos para darle un beso en la frente.
El espectáculo impactó también por sus recursos minimalistas –como cuando al piano ella mismas sólo requirió del violoncelo para dejar a todos deslumbrados, o por el acompañamiento de unos músicos de primera que trajo: Daniel Casares en la guitarra, Davide Zaccaria en el violoncello, Fernando Silva en la guitarra portuguesa y Juan Carlos Cambas en el piano.
Singularmente descolló el versátil Mateus Magalhaes, quien tocó desde una mandolina y un cavaquinho, hasta una gaita y varias flautas.
A ellos añadió el virtuosismo del percusionista cubano Ruy López Nussa, de quien se declaró una amiga.
Pontes magnetizó a los presentes con sus danzas y su carisma y un rosario de canciones, en el que sobresalieron por sus versiones tan acertadas y caladoras de la sensibilidad de sus oyentes, La Bohemia, del francés Aznavour, el tema Alfonsina y el mar, inmortalizado por la inolvidable Mercedes Sosa y el Concierto de Aranjuez, del español Joaquín Rodrigo.
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