Cuarta de las entregas en donde Alessio Arena nos cuenta en forma de cuentos las canciones de La secreta danza. Hoy, Amor sagaz.
Clara Peya y Alessio Arena.
© Clara Bes | NunArt
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Le escribió una carta durante el viaje que lo llevaba de Roma a Turín.
Los otros pasajeros del vagón debieron de notar cómo, de vez en cuando, hundía sus manos en ese maletín de piel verde, y luego volvía a su papel estirado en la mesita de su asiento. Parecía que de tal pequeño equipaje sacara las palabras que le faltaban para seguir con la carta.
Pero él allí dentro guardaba sus cacahuetes. Al parecer eran su salvación: lo acompañaban adónde fuera, porque sin cacahuetes, mi bisabuelo Peppe, primer cantante de la orquesta "Italietta", se dormía. Aunque estuviese lidiando con un agudo en la parte más dramática de la canción, aunque recién subiera a un escenario y empezara a afinar su "calascione" —ese guitarrón que había aprendido a tocar antes que Mussolini lo mandara a Libia— sus ojos cedían a un improviso e irrefrenable sueño, y allí dónde estuviera, se caía como un peso muerto.
El tren no tardaría en llegar a la estación de Porta Nuova. En unas horas, Peppe habría visto por primera vez a su hija, nonna Antonietta.
Años después yo habría que recordar aquella carta que le escribió a su mujer, a punto de dar a luz, en un tren igual de atestado de gente, mientras también escribía mi carta, en un viaje de Barcelona a Madrid. Entonces apoyaba mi ordenador en la misma maleta verde del bisabuelo, el mismo que tuvo un golpe en la cabeza durante la absurda campaña de África, y cuando su corazón se emocionaba por cualquier cosa cerraba los ojos para dormir.
Ese día hubiese querido dormirme yo también como él, pero tenía los cascos del i-phone que me poblaban los oídos de mil voces y el cuerpo entero de mil recuerdos. Escuché una canción que, en el último disco de Clara, había cantado Ferran Savall. Ella la había escrito para su voz, pero sin saberlo, hablaba de mí, de cómo me sentía yo en ese viaje, de qué absurda estaba siendo mi vida sin sueños (y sin cacahuetes).
Decidí traducir la canción que estaba escuchando, originalmente en catalán, al idioma en que yo he amado más desde que nací. Amor sagaz se me arrebató en medio de esa carta que nunca le envié.
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