Septiembre de 2017
![]() Sílvia Pérez Cruz.
© Xavier Pintanel
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No resulta fácil presentar el cancionero de Sílvia Pérez Cruz, un cancionero en constante movimiento y en el que habitan los muchos matices de una artista infinita, de prodigiosa voz y personalidad indiscutible. Los mundos musicales de la ampurdanesa son heterogéneos. Vienen del tronco emocional de las habaneras de Calella de Palafrugell, pero más allá de los vaivenes del mar mediterráneo, inmortalizado por Joan Manuel Serrat, Sílvia Pérez Cruz se ha aventurado por diversos territorios expresivos, dando forma, sentido y esencia a una discografía, que pese a cierta dispersión, revela una constante búsqueda y ambición.
En eso mucho tuvieron que ver sus progenitores y también su otrora compañero de travesía artística Raül Fernández Refree con quien Sílvia Pérez Cruz firmó uno de sus mejores trabajos de apropiación de canciones ajenas que parecieran suyas. Me refiero a Granada donde Sílvia y Raül se lanzaban a un ejercicio de riesgo y belleza que iba de la elegía hernandiana que alumbró el genio de Morente al lorquiano pequeño vals vienés que acarició Leonard Cohen. Un trabajo de equilibristas resuelto con maestría.
Sílvia Pérez Cruz ha inventado un género propio con su manera de cantar y de entregarse a lo que canta. Y ha rebuscado dentro de sí misma, de sus raíces musicales y familiares en discos como 11 de novembre, tan reposadamente maduro e intenso. Y también ha mojado su voz en la poesía como arma cargada de futuro y compromiso en Domus. Nos ha sido revelada también —a través de estos trabajos personalísimos— una dignísima hacedora de canciones que parece querer crecer constantemente en el vértigo de la canción que no comercia con las modas y habita también los universos cinéfilos.
Hasta Manuel Vicent se ha rendido a su prodigiosa voz donde parecen morar todas las patrias. Melancólica y misteriosa Sílvia Pérez Cruz recorre los atlas sonoros del sentimiento, los paisajes recónditos de la memoria, los secretos que el viento deja en los atardeceres. Su canción, la que ella dibuja en los labios, fluye armoniosa y latente desde su origen, desde aquellas primeras apariciones discográficas, colaboraciones donde su sello ya está presente, o en aquella etapa con Las Migas, tan estimable, por lo que tiene de experiencia acumulada.
Ha sido brasileira, latina, flamenca, coplera, lorquiana, lírica, clásica, moderna, mediterránea, catalana, cantautora o indie. Podría ser mañana Janis Joplin y pasado mañana Concha Piquer y el otro Elis Regina pero siempre ella misma, la que más allá de referencias tiene una personalidad propia. En todos los palos en los que se ha cobijado ha salido triunfadora. Su cancionero mira hacia el futuro, pero es ya un testimonio artístico trascendente. Porque todo lo que ha tocado con su voz y su personalidad lo ha convertido en oro para su cada vez más inmensa minoría de oyentes entregados a su causa.
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