Décimas (10): Pasamos por Longaví (o La alegre nos duró poco)
La alegre nos duró poco
porque la casa decente
menió toitita la gente
dando chilli’os de loco.
Mi taita poquito a poco
fue engañándonos muy bien
qu’stábamos en un tren
y no hay por qué tener susto,
dejándonos muy a gusto
nos arrimamos a él.
Saliendo de la ciudad,
fue la primera sorpresa
que me dejó la cabeza
un tanto destartalá’.
Mi taita con majestad
dijo: «Es el campo, niñitos,
aquellos son corderitos
y esas alturas, montañas,
y esas, humildes cabañas
de los pobres, pues, hijitos».
Pasaban como unos rayos
uno por uno los bueyes,
derechos como unos reyes,
los puentes y los caballos.
Un hombre vendiendo paños,
otr’ ofertando peinetas.
«Si no te callas, Violeta
–con cara de vinagrera,
dijo mi mama sincera–,
yo voy a darte la fleta».
Y yo que por vez primera
paseaba como una reina,
dichosa porque me peina
el viento la calavera.
«¡Benhaiga la ventolera
que dentra por la ventana!»
–protesta de mala gana
un franciscano gruñón,
al verse sin «guarapón»
y al cogote la sotana.
Pasamos por Longaví,
llegamos a Miraflores,
como chirigües cantores
abrimos el cocaví;
los pasajeros allí
comieron pollito fiambre.
Después vide los alambres
que s’iban y se venían,
y de repente veía
de pájaros un enjambre.