Décimas (22): Cuando llegaba el verano
Cuando llegaba el verano
con sus destellos dorados,
salíamos disparados
a pulmonear aire sano.
«A ver, a ver, de la mano»
–nos recomiend’ afanosa
la madre qu’es cuidadosa,
como la mía lo es,
con sus flores, que hoy son diez:
falta un clavel y una rosa.
Pa’ no mentir, yo recuerdo
dos espaciosos lugares,
paseos muy populares
para la gente del pueblo.
Con sus docenas de cuentos,
el río como una fragua,
con matas de canchanlagua,
con historietas de «cueros»,
fatal y muy pendenciero
el viejo «animal del agua».
«El Saco», el otro paseo,
de maqui dulce y jugoso,
de bellos copihues rojos,
de verde y fresco poleo.
Con gusto yo deletreo
la tierra del indio mío,
frondoso como el mañío
cuando el chileno lo estima.
Mi mama era la madrina
del «güeñe» Juancho Canío.
Al río en tardes de sol,
como patitos al agua,
nadando como una tagua
d’espaldas al arrebol.
Después, con un caracol
me pasa el tiempo volando;
caracolcito rogando:
«Yo quiero verte los cuernos
o bien, te mando al infierno,
si te andas caracoleando».
El monte se halla enfiestado
de la mañan’ a la noche;
lo miro y está fantoche
con todos sus invitados.
El humo del cabro asado
se anida en un maitencillo.
Romasa picó el cuchillo,
la mesa ya está servida
con hartas papas cocidas;
felic’ están los chiquillos.