Papiroflexia
Venga, no te pongas nervioso y haz lo que te digo:
recoge por la calle, a puñados,
palabras de todas las medidas, con regusto nuevo o añejo
y tonalidades claras o difuminadas.
Dóblalas con cuidado, no arrugues con dedos
torpes el símbolo rebelde,
Vigila que los sonidos queden bien repartidos
desde el culo hasta la punta del pico.
Si las alas son de papel pautado,
todo esto que tienes ganado, amigo mío.
Compartid el aliento como buenos hermanos
y tendrás enseguida en las manos
una canción de papel que, una vez sueño arriba,
se una a los límites del cielo para rimar con el viento,
una canción de dos céntimos que no vaya demasiado de prisa
y vaya haciendo lo suyo, a poco a poco, sin pausas.
¡Canta! Dibuja y recorta con tijeras de voz
tantas imágenes como cuaje un cerebro de cultivo.
Y si llueve, no te preocupes,
que una gota cualquiera
no puede vencer la arrogancia
del papel cuando alza el vuelo.
De todas maneras, quiero prevenirte
de que, una vez salga el verso de tu puerto,
ya no te pertenecerá: irá por el camino
que marquen los dioses o la suerte,
Surcando las olas del mar hertziano,
girando y girando en un plato,
haciendo el nido en el oído que quiera cobrar
un cheque de ternura al contado.
Sobre todo, compañero, no te has de poner celoso
si otros acarician los colores
esparcidos por tus manos
y que, vacilantes, han sacado de la nada
una canción de papel, un pájaro de fábula
que, en tres minutos de su canto, encierra un mundo vibrante,
un ave con plumas de sonido, garras de palabra
y un pico al mismo tiempo tierno y duro como el diamante.
¡Canta! Resquebraja el silencio a golpes de voz,
que el muy panoli no se crea que eres su heredero.
Y si el horizonte se traga
tarde o temprano la canción,
siempre te quedará la habilidad
para hacer una mejor.