Ana y Jorge
Como cada noche, un "buenas noches" la hundirá
en esa habitación, cajita de cristal.
Muñecas y libros de princesas y palacios
y un espejo en un ángulo
que a veces le parece que quiere hablar.
Y, desnudándose lentamente, algo inquieto
danza en su cabecita de porcelana;
mira fijamente su cuerpo tan blanco,
se acaricia el pecho,
y siente que hoy, la noche tiene matices extraños
y se acuerda de esas palabras a media voz,
de esa amiga que le habla en el colegio.
Duda pues cree que son historias de gente mayor
pero se atreve,
el sueño ha desaparecido, Ana quiere volar...
En el otro extremo de la ciudad, las doce y diez,
Jorge piensa que no es cierto, que es irreal;
ve cómo la luna se acerca poco a poco,
abre el ventanal,
se acelera él corazón y, sorprendido, la deja entrar.
Por primera vez desconfía de su mundo,
duda que a veces tenga menos miedo que Robinson
y le aburre un Supermán que tiene colgado
con chinchetas amarillas,
los músculos, hoy, le parecen exagerados.
La luna le tienta, sonriéndole de frente
y le dice «si vienes conmigo, algo distinto descubrirás».
Jorge toma su espada por si acaso,
pero se atreve...
Allí va el guerrero, Jorge quiere volar...
Ana no puede dormir,
Jorge no tiene miedo.
Dicen que alguien los vio anoche, abrazados en la luna...