Augusto Blanca

La fábula que contó doña Pulcra


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Según cuenta doña Pulcra,
en el período del mugre
hubo quien se reveló
y rompiendo con la etapa
comenzó a lavar su casa.

Cuando hubo terminado comprendió
que en el brillo refulgente
del espejo del armario
el sucio panorama
de su cuerpo no encajaba,
y se dio a la tarea
de limpiarse su fachada.

El cepillo y el jabón
fueron víctimas del churre
que corría desde el fin de su cabeza
hasta el mismo calcañal.

Ignacio, que así
pudo designarse,
no contento con lo suyo
comenzó a lavar las casas
y a las gentes de su barrio
con estibas de jabones,
con carretas de cepillos,
con montañas de latones
de agua hirviente.

Hizo entrada en la grande capital,
que lo esperaba,
y limpió casas,
y limpió gentes,
limpió todo lo que el polvo revestía.

No contento todavía,
redobló la cantidad
de jabones y cepillos,
y cruzando siete mares
se marchó a otras ciudades
de países extranjeros.

¡A bañarse, todos!

Le contaron las arañas
a la sabia doña Pulcra,
las arañas de su cuarto,
que ya viejo regresó,
desplomándose en su cama,
destruyendo diez repartos
de maduros tisanuros;
y ya nunca de su casa lo sacaron.

Todo el mundo refulgía
con el brillo del diamante,
y en la casa de José,
de Ignacio, de Pedro,
telarañas sólo había.

Y de esto doña Pulcra
no formula ningún sabio comentario,
moraleja, ni siquiera una lección.

Por ahora respetemos
la memoria de los muertos.
Cuando todos nos limpiemos
más allá de la fachada
ya veremos qué sucede,
qué sucede.

Es la fábula que te cuenta doña Pulcra.
Es la fábula que les cuenta doña Pulcra.
Es la fábula que nos cuenta doña Pulcra,
doña Pulcra, doña Pulcra.

¡A bañarse todos, por dentro y por fuera!


Autor(es): Augusto Blanca