Oro muerto


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El conventillo luce su traje de etiqueta.
Las paicas van llegando, dispuestas a mostrar
que hay pilchas domingueras, que hay porte y hay silueta,
a los garabos reos deseosos de tanguear.

La orquesta mistonguera musita un tango fulo.
Los reos se desgranan buscando entre el montón,
la princesita rosa de ensortijado rulo
que espera a su Romeo como una bendición.

El dueño de la casa atiende a las visitas;
los pibes del convento gritan en rededor
jugando a la rayuela, al salto, a las bolitas,
mientras un gringo curda
las va de payador.

El fuelle melodioso termina un tango papa.
Una pebeta hermosa saca del corazón
un ramo de violetas, que pone en la solapa
del garabito guapo, dueño de su ilusión.

Termina la milonga. Las minas retrecheras
salen con sus bacanes, henchidas de emoción,
llevando de esperanzas un cielo en sus ojeras
y un mundo de cariño dentro del corazón.


Autor(es): Julio Plácido Navarrine, Juan Raggi

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