Amancio Prada

El Hombre Dormido


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En la cara le daba el aire
y no se meneaba.
La sombra de los abedules
le bailaba en la cara
y no parpadeaba.
Le manaba
del rincón de la boca,
un hilillo de fresca baba
y a él, no, no, no, no
no se le daba nada.
Era el hombre dormido
que bien alentaba.

Y el sueño bendito
le despertaba
amor de balde,
por sus entrañas
dulces, lejanas.

El sueño sin nombre
le desleía el alma,
el airecillo,
le secaba la lágrimas.
Y él no, no, no, no, no
no sabía nada.

En la cara le daba el aire.