Antonio Cortes

Carmen Amaya


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Era un chiquilla y todavía despierta.
Iba con sus padres por el bulevar:
"por un puñado de monedas de cobre
pueden ustedes verla de bailar".

Cada madrugada volviendo para su casa
paran en la misma taberna a cenar.
Sardina y pan póngale usted a la niña,
a mi sólo un chupito de coñac.

Y amaneciendo sobre los tejados
se escucha un zapateado de fuego
como el fuego del hambre y el miedo,
o el miedo al silencio que trae su recuerdo.

Carmen, la de la eterna mirada,
Carmen, la eterna Carmen Amaya,
Carmen, me sabe a lluvia tu nombre y a locura genial.
Y al sabor del aire que mueve tu pelo y mece tu baile.

Llegó hasta la cumbre de la noche clara.
Cada amanecer su nombre resonó.
Entren a verla ahora con Sinatra.
Mañana Garbo y pasado sabe Dios.

Uno a uno fueron llegando los mitos,
uno a uno fueron cayendo a sus pies,
y al pie de un árbol valiente y erguido,
dejó su baile y decidió volver.

Y amaneciendo sobre los tejados
se escucha un zapateado de fuego
como el fuego del hambre y el miedo,
o el miedo al silencio que trae su recuerdo.

Carmen, la de la eterna mirada,
Carmen, la eterna Carmen Amaya,
Carmen, me sabe a lluvia tu nombre y a locura genial.
Y al sabor del aire que mueve tu pelo y mece tu baile.

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