Los Suaves

El Último Pecado


Imprimir canciónEnviar corrección de la canciónEnviar canción nuevafacebooktwitterwhatsapp


Ya las tormentas de la vida
por fin me han dado sepultura esta noche.
Y la tierra que ahora ciega mis ojos
sólo me deja ver tu sonrisa.

El destino trazó mi camino
mientras almacenaba falsos sueños.
Esos sueños que envueltos en sombras
se quedan al final sólo en sombras, sí, sombras.
Sombras sin recuerdos.

Qué dulces son los abrazos de una mujer.
Aunque nunca llegarás a saber el secreto que esconden
porque cuando parece que todo va bien,
el amor aparece y se acaba la noche.

Y llega la fría luz del amanecer
que te hace ver que escondido entre sus risas
solloza su corazón de niña,
mientras que las alegrías del hombre terminan
en pesares y fatigas.

Los malos años siempre me han llegado
encadenados como las tormentas de verano.
He cometido el peor de los pecados:
no ser feliz y ni siquiera haberlo intentado.

Pero no te traiciones nunca, no vale la pena
porque pronto se apaga la llama de fuego de la juventud.
No te traiciones nunca, no merece la pena
pues al final de los años sólo queda el silencio y quizás un poco de luz.

Pero ahora resulta que los viajes se hacen en casa sentados entre dos luces.
Todo el mundo enviando mensajes, pensando que van a llegar a su destino.
O golpeando esas teclas sucias y grises
que lloran y gritan cada vez que cada uno
intercambia mentiras, amor y risas
con sus amantes de cristal.
Mientras que justo a tu lado,
en tu barrio, ese bosque de antenas, ventanas y ruido,
un pobre loco escondido
te espera cada día de la noche a la mañana
sólo para ver el amanecer en tu mirada,
y si no puede ser, saber de qué color es tu vestido.

Pero los malos años siempre me han llegado
encadenados como los incendios de verano.
He cometido el peor de los pecados,
no ser feliz y ni siquiera haberlo intentado.

Pero no te traiciones nunca, no vale la pena
porque pronto se apaga la llama de fuego de la juventud.
No te traiciones nunca, no merece la pena
pues al final de los años sólo queda el silencio y quizás un poco de luz.

Verdad que parece mentira
que cuando tropiezas por fin con el sueño de tu vida,
por miedo ciego o sabe Dios por qué,
dejas que pase de largo
sin mover un dedo para sujetarlo
o intentar conseguirlo.
Entonces, pobre desdichado,
te vas a dar cuenta con el penúltimo suspiro
que bajar al infierno es muy sencillo,
sólo hace falta querer, haber sido querido,
y no haberte dado cuenta hasta el fin del camino.