
Velorio de un negro criollo
Negra la capilla ardiente,
negro el muerto y su ataúd,
adentro, llora la gente,
afuera dicen ¡salud!
Y dice así:
Alguien pasó a mejor vida.
La mala noticia vuela,
y preguntan –¿Quién lo vela,
su mujer…? –¡No, la «querida»!–
Cae la noche rendida
sobre el murmullo de gente.
Negro en la puerta: un pariente.
Negras con manta: vecinas.
Negros con negras chalinas.
Negra la capilla ardiente.
La casa pone el difunto.
¿Lo demás? ¡Todo prestado!:
la luz, del cuarto de al lado,
las bancas son «de aquí junto»…
El bodeguero fue el punto
–japonés de gran virtud–,
firmó la solicitud
«garante en los funerales»
y así quedaron cabales
negro el muerto y su ataúd.
Negras teñidas de luto
sirven tazas de café.
Viejas, teñidas de fe,
rezan por el disoluto.
Tampoco falta algún bruto
que, porque trajo aguardiente,
vocifere tontamente
y haga chistes colorados.
Afuera, ríen mareados.
Adentro, llora la gente…
La noche parte a destierro.
Alguien pregunta con teatro:
«¿A las diez, o a las cuatro…?»
¡Mentira, no irá al entierro!
El aullido de un perro
turba la negra quietud,
y en irónica actitud
libando alcohólica dosis
sin dar tregua a la cirrosis
afuera, dicen ¡salud!
Autor(es): Nicomedes Santa Cruz