Roque Narvaja

Estaba en el mar


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Estaba en el bar,
y me lamía las heridas,
cuando apareció,
solemne y prohibida.
Miraba sin ver,
entre los dedos la colilla,
se pidió un café,
y no dejó propina.
Volvió al otro dia,
con la garganta seca,
tenia en los ojos
un toque de tristeza.
Y la seguí,
tratando de que no me viera,
por averiguar,
porqué familiar me era.
Nos metimos en las calles
de unos barrios de mie***,
ella con paso firme,
yo con la miraba alerta.
Tropecé con un cascote,
ella se dio la vuelta,
clavándome unos ojos duros,
yo tendido en la vereda.
Me eché a correr,
en un ataque de vergüenza,
ella gritó mi nombre
y me quedé de piedra.
Y me oculté,
en un chaflán que hacía esquina,
vino por detrás me dijo,
me dijo no te rindas.
Me beso las manos,
con cierta idolatría.
No son las del maestro, me dijo,
pero sacan chispas,
y me jugué una carta que no tenia,
le dije ven, acuéstate a mi orilla.
Nos metimos en la cama,
como en una parrilla,
cociendonos a fuego lento,
con destreza y maestría.
Sentimos las campanadas
de mi puntapié en herida,
y en ese momento lloré,
quien eres bendita mía.
Me acarició,
con unas manos de ardilla.
Me dijo,
no me recuerdas mi amor,
mi amor yo soy tu vida.