Amantea

Cuento chino


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En los chinos la cruzaba varias veces por semana,
aunque nunca se animó a decirle adiós.
Pero cuando lo miraba, sus ojos se iluminaban
y su boca dibujaba una risita para él.

Ella agachaba la cabeza, él agarraba otra cerveza
y seguía con su compra sin voltear.
Entonces él se preguntaba si aquella hermosa dama
a un repositor podría amar.

Fue en Ramos una noche
de esas que inspiran canciones
que fueron a parar al mismo bar.
-Te tengo visto del barrio-
-Puede ser, mucho no salgo-
y el alcohol hizo a los vasos rebalsar.

La luna era joven,
el rock and roll sonaba
y no importaba nada más.

El ruido infinito se adueñaba del bar,
entonces salieron por un poco de paz.
Sacaron chispas a un asiento de atrás
y por primera vez no importó el estrato social.

Nadie en todo Luzuriaga creía a quién frecuentaba
la fogosa hija menor del senador.
La familia le advertía que el fulano empañaría
la intachable campaña de papá.

Pero hacía oídos sordos
y a ese Don Nadie amaba
cada segundo un poco más

Le divertía su forma de hablar
y a él su mirada lo hacía estallar.
Se disfrutaban con intensidad,
dejando bien atrás el maldito estrato social

Las personas fueron crueles, los rumores el deleite
desde la Cámara hasta el Tribunal
-Yo me encargo de este asunto- decidió pitando un puro
y las leyes continuaban sin salir

Se hartó de este problema
y cortó por lo sano
hizo lo que sabía mejor

Citó al muchacho y lo sentó en su diván
y preguntó cuál era la cantidad
para que a su hija deje de molestar
y que se vuelva a respetar el bendito estrato social

Es en Ramos ciertas noches (de esas que inspiran canciones)
que ellos vuelven a encontrarse
en ese mismo lugar