Ángel Petisme

Gracias por la luz


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Es la Nit de San Joan, recojo las guitarras,
y estas palabras que pienso, de regreso a casa,
explotan en el cielo como esa estrella del Raval
que hace millones de años se extinguió y aún se deja ver.
Mamá, qué viva estás!, en los dedos del tiempo,
en la soledad serena y luminosa,
en los refugiados republicanos que llegaron en el Winnipeg a Valparaíso,
en las miradas de los mil niños perdidos que leen,
sigo las huellas de tu tesoro, Madre.
Tiemblo en los siete años de los ojos de Lluc.

¿Te acuerdas cuando venían a casa?
Siempre preguntabas por Paco, por Félix, por Antonio,
por Labordeta, por Jose, por Aute, por Guinda, mis carnales,
Eras mamá de todos.

En los aromas dulces de las bandejas de las pastelerías,
en el reflejo de sus escaparates, Mamá, veo tu hermoso rostro
y el mostillo y los crespillos de borrajas de la abuela Encarnación.
Repartías en mis conciertos almendras garrapiñadas al público.
Mejorabas el silencio cuando te miraba y escuchaba, Mamá.

Y ahora vago solo por el bosque de Hadas,
como si me quedase un minuto de vida junto a los Caballeros de la Luna,
junto a los sueños que pierden su niñez.

¿Madre, oyes el caminar de las Bufandas rojas,
el paso de las botas de miles de refugiadas
subiendo por el Perthus hacia la nada como yo sin tu voz?
En las preguntas sin hogar, en los animales sin compañía,
En un mundo donde todos los mensajes se pervierten, TE SIENTO
En los corazones de las cerillas, en los cuadernos Rubio,
En las aceras del Guinardó, TE SIENTO
En la tristeza de los nombres sin alma,
en todos esos sitios encuentro tu esencia y el amor
que dejaste para mí, hace sesenta años, Mamá.
He encontrado tu legado.
Es la noche de San Juan y estalla y resplandece
en el cielo de Barcelona tu recuerdo.

Septiembre, como febrero, se quedará bisiesto
y vacío, sin tu sonrisa, como esa estrella eterna del Raval.