Leonard Cohen

Susana


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Susana tiene una casa junto al río.
Te lleva a oír el agua y las barcas al atardecer.
Y la noche a su lado es tuya. Está medio loca y eso te atrae.
Y te ofrece té y naranjas de unas tierras lejanas.
Y cuando vas a decirle que no te queda amor para ella,
te capta la onda. Mira el río y deja entrever
que ella tiene un amor para siempre.

Y tú quieres hacer el camino con ella.
Y sabes que ella lo recorre a ciegas.
Y sabes que ella se confía,
que su cuerpo se da al tuyo a cambio de nada.

Y Jesús, marinero un día, cuando descalzo atravesó el agua,
pasó un tiempo observando y vio que le buscaban
de tantos hombres unos pocos hombres: sólo aquellos que se ahogaban.
Y dijo: "Desde ahora, los hombres marineros serán y con barcas irán...".
Pero se ahogó, él también, en un atardecer.
Solitario como un hombre, lanzó
sobre nosotros su clamor.

Y haces tuyo su camino.
Y quieres seguirlo a ciegas.
Confiáis en él, tal vez para siempre.
Su espíritu mueve el vuestro, como un cuerpo.

Y entonces Susana os lleva de la mano junto al río.
En el vestido, lleva las rosas y los harapos de las trincheras,
mientras el sol inunda el asco de los monumentos de la tierra.
Y te enseña a ver cosas que no habrías sabido ver,
entre las basuras y entre las flores encendidas,
cómo hay héroes entre las algas, cómo hay niños sin amor.
Y Susana el espejo guarda.

Y haces tuyo su camino.
Y quieres seguirlo a ciegas.
Confías en ella, tal vez para siempre.
Su espíritu ajusta a tu cuerpo.


Autor(es): Leonard Cohen