Indesinenter


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Nosotros sabíamos
de un único señor
y veíamos cómo
se volvía
can.
Envilecido por el vientre,
por el halago del vientre,
por el miedo,
se agacha bajo el látigo
con insensato olvido
de la razón
que tiene.
Roído, comido
de plagas,
sin parar lamía
la áspera mano
que le ha sujetado
desde tanto tiempo
en el barro.
Le habría sido
sencillo hacer
de su silencio muro
impenetrable, altísimo:
eligió
la gran vergüenza mansa
de los ladridos.
Nunca hemos podido,
sin embargo, desesperar
del viejo vencido
y elevamos en la noche
un canto a gritos,
pues las palabras rebosan
sentido.
El agua, la tierra,
el aire, el fuego
son suyos,
si se arriesga de una vez
a ser el que es.
Hará falta que diga
enseguida basta,
que quiera ahora
andar de nuevo,
erguido, sin reposo,
ya para siempre
hombre salvado en pueblo,
contra el viento.
Salvado en pueblo,
ya amo de todo,
no perro servil,
sino único señor.


Autor(es): Salvador Espriu, Raimon

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