Las montañas


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A la hora que el sol se pone,
mientras bebía en la fuente,
he saboreado los secretos
de la tierra misteriosa.

Por la parte interior del canal,
he visto el agua virginal
venir del oscuro nacimiento
a rezumar en mi la boca,
Y me penetraba en el pecho...
Y con sus claros chorros
también me penetraba
una dulce sabiduría.

Cuando me he incorporado y he mirado,
la montaña, el bosque y el prado
me parecían diferentes:
todo parecía otra cosa.

Por encima del bello morir,
comenzaba a resplandecer
por los celajes de carmín
el blanco cuarto de luna nueva.

Todo parecía un mundo en flor
y yo era su alma.

Yo, el alma olorosa del prado
deseosa de florecer y ser segada.

Yo, el alma tranquila del rebaño,
haciendo sonar los cencerros medio escondido por la umbría.

Yo, el alma del bosque, que produce un rumor
como el del mar, que está tan lejos en el horizonte

Y también era el alma del sauce,
que ofrece a toda fuente su sombra clara.

Yo era el alma profunda del despeñadero
donde la niebla se alza y se despabila.

Y el alma inquieta del torrente
que grita en la cascada resplandeciente.

Yo era el alma azul del estanque
que mira con ojos extraños al viajero.

Yo, el alma del viento que todo lo mueve
y la humilde de la flor cuando se abre.

Yo era la altura de la loma ...
Las nubes me amaban largamente,
y en el gran amor de los nubarrones formándose
se me fraguaba el alma serena.
Sentía la delicia de las fuentes
naciendo en mi, regalo de los glaciares;
y en el amplia quietud de los horizontes
sentía el reposo de las tormentas.

Y cuando el cielo se abría a mi alrededor
y reía el sol en mi llanura verdosa,
la gente, a lo lejos, pasaba el día
contemplando mi belleza soberana.

Pero yo, llena del anhelo
agitador del mar y las montañas,
fuertemente me alzaba para llevar al cielo
todo lo que tenía en mis costados y en mis entrañas.
...

A la hora que el sol se pone,
mientras bebía en la fuente,
he saboreado los secretos
de la tierra misteriosa.


Autor(es): Joan Maragall, Miquel Pujadó