José González

Ínriri cahuvial


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Habiendo quedado sin mujeres, los hombres que en la cueva habitaban salieron a bañarse. Llovía a torrentes. Súbitamente, vieron caer entre los árboles unos seres de figura humana. Trataron de agarrarlos, pero eran escurridizos como peces. Reunida la tribu, dictaminó el cacique que cuatro leprosos, por tener las manos rugosas y tumefactas, podrían agarrar dichas resbalosas figuras. Así lo hicieron. Apresadas y amarradas a cuatro árboles, quisieron hacer uso de ellas como esposas, pero encontraron que no tenían sexo. Reunida nuevamente la tribu, resolviose atarlas de pies y manos y, buscando el pájaro llamado ínriri cahuvial, pájaro carpintero, lo acercaron al sitio donde debía estar el sexo. Empezó el ave a picar como si en el tronco de un árbol. Y de esta suerte se formó la naturaleza de la mujer. De ellas tuvieron descendencia los naturales poblando toda la isla. Tal es el mito detrás del poemita “Ínriri cahuvial, pájaro carpintero”.

Envuelta en un remolino de alas,
te vi primero.
Vi el resplandor de tus ojos
y vi tu pelo.
Cabellera de noche clara
con tabonucos vueltos luceros,
vueltos cometas;
y ojos en los que arden llanos y cerros
con quemazones alucinantes
de cucubanos revoloteando sobre un espejo.
Borrando todo sobre mi frente
pasó un recuerdo que ya no era solo recuerdo.
Llevando todo consigo, todo,
pasó una ráfaga que ya no era tan sólo viento.
Bajo tu pelo, bajo tu frente, bajo tus ojos,
que no eran ojos, ni era ya frente, ni aún era pelo,
sino ramaje, sino rocío que me miraba desde las hojas,
hacia esa forma que era tu tronco siendo tu cuerpo,
se fue volando lo que yo era,
lo que yo he sido:
con las dos alas,
y con las uñas,
y con el pico del carpintero.


Autor(es): Juan Antonio Corretjer, José González