Federico Chueca

Tango de la Menegilda


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¡Pobre chica, la que tiene que servir!
Más valiera que se llegase a morir;
porque si es que no sabe por las mañanas brujulear,
aunque mil años viva, su paradero es el hospital.
Cuando yo vine aquí
lo primero que al pelo aprendí
fue a fregar, a barrer,
a guisar, a planchar y a coser;
pero viendo que esas cosas
no me hacían prosperar,
consulté con mi conciencia
y al punto me dijo: "Aprende a sisar,
aprende a sisar, aprende a sisar."

Salí tan mañosa, que al cabo de un año
tenía seis trajes de seda y satén.
A nada que ustedes discurran un poco,
ya han adivinao o se han enterao
de dónde saldría para ello el parné.

Yo iba sola por la mañana a comprar
y me daban tres duros para pagar:
y de sesenta reales gastaba treinta o poco más,
y lo que me sobraba me lo guardaba un melitar.
Yo no sé cómo fue
que un domingo después de comer,
yo no sé qué pasó,
que mi ama a la calle me echó;
pero al darme el señorito
la cartilla y el parné
fue y me dijo por lo bajo:
"Te espero en Eslava tomando café,
tomando café, tomando café."
Después de este lance serví a un boticario,
serví a una señora que estaba muy mal;
me vine a esta casa y aquí estoy al pelo,
pues sirvo a un abuelo que el pobre está lelo
y yo soy el ama y punto final.


Autor(es): Federico Chueca, Joaquín Valverde, Felipe Pérez González