Silvio Rodríguez

Defensa del trovador


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¿Por dónde están los amigos y desconocidos
que esperaban debajo de mis labios,
los que esperaban sus gritos reunidos
saliendo por mi única garganta como agravios;
los que ahora dicen que ya no soy yo,
que hago cojines de una canción;
los que bien tienen derecho a opinar
pero no saben qué rumbo tomar;
los que esperaban sentados en casa
por dos guitarrazos que hicieran temblar?

Aquel que espera de mi poesía
con una cuchara bien llena de mi nombre,
¿cuándo sabrá comenzar a esperar
el derecho que tengo a vivir como un hombre?
Pues si mi canto es azul, ven traición,
y si es de piedra, también ven traición.
Viejos y jóvenes creen que un cantor
es un payaso con diablo y con dios,
pero cantar es difícil,
porque hay que querer la verdad
mucho más que a la misma canción.

¿Quién va a jugarse la cara, jugarse las manos,
jugarse la sonrisa y la guitarra?
¿Qué da derecho a aceptar o derecho a negar
que no sea mi propia palabra?
Esos pepillos qué quieren de mí,
y aquellos viejos qué esperan de mí?
Quien quiera que lo defienda de sí,
que empiece por defenderse de mí.
Y quien no quiera escuchar,
se levante y se marche
o me tape la boca sin más.

Sólo me siento sonrisa y me siento tristeza
y me siento pedazo del destino.
Sólo me siento saludo y adiós,
y es preciso que entiendan
que todo es producto del camino.
Pues la verdad no ha existido jamás:
todo depende de la hora de hablar.
Y, cuando acabe este canto,
a pensar cada cual
lo que le dé su real gana:
sea bien o sea mal.
Porque, si no, ¿para qué es que se canta,
sino para revolver todo al cantar?


Autor(es): Silvio Rodríguez