Bola, en que el niño Emiliano Zapata promete a su padre que cuando sea grande, hará que los hacendados devuelvan las tierras al pueblo


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Por ahí va la bola, ¡oh público honrado!
aquí comienza a rodar
la historia de un hombre de armas, afamado;
les contaré en mi cantar.

El hombre que da su vida
por servir a los demás,
el pueblo nunca lo olvida
ni lo olvidará jamás.

Como hijo del pueblo que tanto ha sufrido
mil formas de explotación,
en su misma lengua le hago este corrido
para ilustrar su razón.

Que perdonen los letrados
mi estilo, por verdadero;
el que usan los ilustrados
para el pueblo es extranjero.

A mí no me espantan los juicios severos
de los del estilo puro,
los últimos siempre han sido los primeros,
de eso se encarga el futuro.

Por eso mi canto digo
en cualquier parte que estoy,
al pueblo que va conmigo,
porque con el pueblo voy.

Perdonen señores que me haya salido
de la materia en cuestión,
aquí va la historia que les he ofrecido,
prestadme vuestra atención.

Lo que aquí voy a narrarles
no es invención ni es albur,
de Zapata voy a hablarles,
prócer caudillo del Sur.

Don Gabriel Zapata cierta vez lloraba
con tristeza y con pesar,
de ver que en su barrio ya no les quedaba
ni una huerta, ni un hogar.

En la cocina sentado
como si fuera a cenar,
de sus diez hijos rodeado,
no dejaba de llorar.

–¿Por qué lloras, padre? –pregunta Emiliano,
no llores que nos aterras.
–Es porque los amos con pistola en mano,
nos han quitado las tierras.

En nuestro propio terreno
nos vienen a maltratar,
como a perro en rancho ajeno,
cuando somos del lugar.

–¿Por qué no pelean contra esos tiranos
y acaban la esclavitud?
–Hijo, tus palabras son brotes tempranos,
no entras ni, a la juventud.

Ellos son muy poderosos,
no los podemos vencer;
parecen perros rabiosos
parientes de Lucifer.

–Yo haré que devuelvan las tierras robadas,
y se calme tu dolor;
es un juramento, no bravuconadas,
te doy palabra de honor.

Aunque yo he sido el noveno
de tus hijos en nacer,
he dé trocar el veneno
de tu dolor, en placer.

–Eres muy pequeño para hablar como hombre
que ya es de mayor edad;
si no compartieras mi sangre y mi nombre,
diría que es liviandad.

En los ricos no hay nobleza,
todo en ellos es crueldad;
lo que falta en gentileza
suplen con autoridad.

–Aunque convertido en pequeña criatura
me tenga el tiempo traidor,
no ha de ser motivo mi corta estatura
para que en mí no haya honor.

La edad no puede ser mengua
para el alma y la razón;
bien es que diga la lengua
lo que sufre el corazón.

Mientras tanto, llora, ¡oh padre querido
tu desdicha y tu dolor!
Pero cuando al débil el fuerte ha vencido,
no puede haber deshonor.

Si la justicia no ampara
al campesino ni al peón,
más vale vergüenza en cara
que mancilla en corazón.

Mi edad es muy corta, pero no es mezquina,
me ha permitido mirar
que siempre los amos han cernido harina,
sin sufrir ni trabajar.

Pronto espero que la rueda
cambie de ruta al girar;
pues todavía les queda
la cola por desollar.

–Por más que este trato nos duela y nos pese,
nos suceda lo que al buey;
que el yugo pesado que tanto aborrece,
lo lleva a cuestas por ley.

Sólo tú me has restituido,
hijo de mi corazón,
todo el valor convertido
en obediencia al patrón.

La vida es la misma para el campesino,
nadie responde por él;
lo exprimen los amos, igual que el molino
a la caña de aguamiel.

Ya que está viejo y cansado
no hay quien trabajo le dé;
cuando está el árbol tirado,
todos le dan con el pie.

Yo soy un anciano que en la sangre llevo
sólo cansancio y dolor;
de este tronco viejo, tú eres el renuevo
pleno de savia y vigor.

Cifro en ti mis esperanzas
y deposito mi honor;
no escuches las alabanzas
del que espera tu favor.

Que el rigor del fuerte tu valor no ablande,
ni las güeras relumbrosas;
y que el miedo nunca juegue cuando grande
con tus partes vergonzosas.

En ti hay valor y nobleza
que el rigor nunca quebranta;
¡no te hiera la flaqueza
ni cuchillo en la garganta!

Este es el principio de una larga historia
que les comienzo a narrar,
grábensela todos, y que su memoria,
nunca la vaya a olvidar.

Que perdone la alegría,
el canto se ha interrumpido;
mañana será otro día,
ya seguiré mi corrido.