Corrido de Alejandro Casales


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Nos mataron a Casales
-valiente como el mejor-,
hace tiempo que Casales
en armas se levantó.

Vinieron los federales.
A pesar de su valor,
como eran muchos, Casales,
no pudo más y perdió.

Quemó todos sus cartuchos,
hasta el último quemó.
Rodó como rueda el trigo
al golpe segador.

Lo colgaron. Verde tronco.
Su cuerpo fuerte osciló.
Como rama que se troncha,
así Casales murió.

El viento vino hasta el cuerpo.
Vino el viento y lo azotó.
Cuerpo renegrido y fuerte
que en el aire penduló.

Lo vieron los caminantes
con silencioso pavor.
Pasó el indio la vereda,
sin decirlo, saludó.

Los zopilotes trazaron,
sus círculos en redor.
Pájaros sepultureros
de anochecido cotón.

La lluvia hasta el cuerpo vino,
sus alfileres clavó.
Cuerpo del hombre insurgente
que en el árbol se meció.

Y no quedaron conformes.
Ya muerto, fuego ordenó
algún oficial infame
indigesto de Nerón.

Y lo quemaron ya muerto.
Casales muerto alumbró
como llama de fogata.
La sombra se iluminó.

El fuego miró de lejos
atormentado el peón,
pues, al quemarse Casales,
alumbraba su dolor.

Casales fue de los nuestros:
ancho sombrero, calzón;
si tuvo carne morena,
blanco fue su corazón.

Levanta la cara, amigo.
Ya Casales se quebró.
¿No conociste a Casales?
Era franco y decidor.

Al árbol vino la aurora,
el cuerpo obscuro lavó.
Aurora de manos finas
que su cuerpo acarició.

Al árbol vino la tarde.
Al oído susurró
sus fatigas de venado
que por el campo corrió.

Al árbol vino la noche,
la noche que lo enlutó.
La noche de pasos húmedos
su tristeza humedeció.

Mañana vendrá la aurora.
Será la liberación.
Bajaremos a Casales.
Puede que lo baje yo.

Ya mataron a Casales.
¡Viva la Revolución!
Por Axochiapan se acerca
Zapata, el libertador.