Por el barrio de Carlitos
Ando arremangado en la avenida la mirada va perdida relojeando la señal.
Cruzo el asfalto asfixiante, como un río lacerante de infierno matinal.
La biyuya en los bolsillos ya comienza a escasear,
y la hebilla de mi cinto va clavando su puñal.
Paso a paso manso voy yirando con el diario bajo el brazo por la yeca Jean Jaures.
Una baldosa me despierta y su flojedad siniestra me apuntala el sobrepié.
Por el barrio me sonríe la jovata en el zaguán,
y con ojos lagañosos me le animo a piropear.
Bueh…, dentro de todo reconozco no estoy mal,
si el sol pega siempre encuentro algún umbral.
Vibra una mano vivaracha, que en el frente de su casa pintarraja un filetín
y el chifle del afilador se hilvana, que entre pitos y flautas va afilándose un budín.
Si los laburos ruedan yo no los puedo alcanzar
el marroco se me espianta hacia el bajo marginal.
Solo, siempre solo voy silbando esa dulce melodía que me brinda el zorzal.
Silbo en cada cuadra y en cada ochava con una alegría sana que me hace olvidar.
Por el barrio me sonríe ese afiche popular
estampado en la fachada de un abasto universal.
Bien, dentro de todo reconozco no estoy mal,
seré humilde pero tengo a quien cantar.
Veo sonando en cada esquina
esas guitarras de mi ayer
y “dentre” las chatas se avecina
un langa de porte bien piché
con su pinta bien de camba
y de yapa un clavel.
Vuelvo por el barrio de Carlitos
vibro en la nobleza de su voz
siento que en el cuore se me anida una emoción
que me acorta el cerco del dolor.
(Recitado)
Las ventanas del mercado, cual ojivas, ya me empiezan a elevar
con un mantra gardeliano a un canyengue celestial.
“¡Vamos, circulando!”, me decía con rutina un policía que ortivaba en su unidad.
Yo que estaba en babia no lo oía, paradito en la avenida, entrañado en un gotán.
Las musas del exilio ya comienzan a activar
con su viaje a mansalva mi delirio de arrabal.
Por favor agente, considere, me di cuenta de repente, y trataba de amainar.
No es falopa lo que agobia le chamuyaba al gorra de una forma muy cordial:
mis recuerdos mozos me obligan a parar
hace tanto que no vengo y sólo me queda soñar.
Bueno, me decía, no te pongas a llorar
si no vuelve aquello que se va.
Autor(es): Fernando Miceli