El emigrante
Sin más equipaje que sus ilusiones
ni otras aptitudes que la voluntad,
salió de su pueblo el españolito
y aquí, a la Argentina, vino a trabajar.
No ríe como antes, con su risa franca;
los años se pasan y no torna más,
piensa en su viejita, su humilde casita,
la alegra campiña y, suele exclamar...
¡España, por ti suspiro!
¡España, por ti suspiro!
Suspiro, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!...
España, la patria mía.
Y, poco a poco, me muero
me muero, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!...
de pena y melancolía.
Y, poco a poco, me muero
me muero, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!...
de pena y melancolía.
Pasaron treinta años, desde su llegada,
ya no quedan rastros de su mocedad;
las muchas arrugas y el pelo ya blanco
demuestran las penas que hubo de pasar.
No tiene esperanzas, ni más ilusiones.
Un sobre de luto su vida enlutó;
y en sus soledades, después del trabajo,
entona esta copla, como una oración...
¡España, por ti suspiro!
¡España, por ti suspiro!
Suspiro, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!...
Y muerta ya mi alegría,
muy junto a la de mi madre,
mi madre, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!...
deseo la tumba mía.
Muy junto a la de mi madre,
mi madre, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!...
deseo la tumba mía.
Autor(es): Francisco Lozano, Adolfo Carabelli