Defensas bajas
La ciudad estaba brava
y él se armó un fortín.
Una cámara en la reja,
otra en el balcón,
un sultán amaestrado
suelto en el jardín;
fue tan raro despertarse
sin su corazón.
Estaba ahí,
pacífica y desnuda le
robó el amor,
le pudo controlar las
venas y el afán
de andar por soledades
de café y diván.
Seguía ahí,
durmiéndole la cama sin
mostrar pudor,
las piernas al azar
bailando en el sillón,
y ni siquiera oyó
ladrar al can.
Él, dormía bajo llaves
y sin olvidar
la cuchilla de cocina
bajo el almohadón.
Siempre alerta y
convencido
de poder zafar,
no quería ser alguno
más de aquél montón.
Autor(es): Marta Pizzo, Ariel Ascheri