
Amablemente
La encontró en el bulín y en otros brazos...
Sin embargo, canchero y sin cabrearse,
Le dijo al gavilán: "Puede rajarse;
el choma no es culpable en estos casos."
Al quedarse bien solo con la mina,
buscó las alpargatas y, ya listo,
murmuró cual si nada hubiera visto:
"Cébame un par de mates, Catalina."
La grela, jaboneada, le hizo caso.
El tipo, saboreándose un buen faso,
la mateó, chamullando de pavadas...
Y luego, besuqueándole la frente,
con toda educación, amablemente,
le fajó treinta y cuatro puñaladas.
Autor(es): Iván Díez, Edmundo Rivero