No le digas que la quiero
Suena, tango quejumbroso, compadrón y callejero,
como suena en la tristeza mi abatido corazón.
Y si ves a mi querida no le digas que la quiero,
porque ya me da vergüenza de pensar en su traición.
Suena, tango, y si con otra ves que bailo a tu sonido,
no le digas que me oíste tu rezongo acompañar.
Yo no quiero que ella sepa las angustias que he sufrido,
y que desde aquella tarde no hago más que sollozar.
¡Tango!...
Melancólico testigo
y el único amigo
de mi soledad.
¡Tango!...
En las vueltas del destino
quizá en mi camino
la vuelva a encontrar.
Pero entonces, sin rencores ni deseos de venganza,
mi perdón le dará abrigo y el lamento musical
de este tango hecho jirones, de dolor y de esperanza,
será el grito que la acuse de haberme hecho tanto mal.
Suena, tango quejumbroso, compadrón y callejero,
como suena en la tristeza mi abatido corazón.
Y si ves a mi querida, no le digas que la quiero,
porque ya me da vergüenza de pensar en su traición.
Autor(es): Alberto Vaccarezza, Enrique Delfino