Seattle
piel roja del norte,
1850, de noche,
reúne a su gente:
”El presidente de Washington
envió un mensaje;
quiere comprar nuestra tierra.
Cómo vender el cielo
—idea extraña—
vender la frescura del agua,
toda la tierra sagrada,
la semilla del pino,
la neblina del bosque,
cada insecto zumbador,
todo sagrado
y parte de la memoria
de mi pueblo.
El aire comparte su respiro
con toda la vida que alienta.
El viento reparte sus dulces olores
del valle hasta los rincones.
Todo lo mismo es,
todo fluido
como las aguas de río,
todo lo mismo es”.
Miles de fantasmas,
voces ancestrales,
“convocatoria”
exige el jefe Seattle.
”Si le vendemos la tierra,
señor presidente,
¿dónde el búfalo pastará?,
—pregunta Seattle—,
¿dónde el águila anidará?,
—pregunta Seattle—,
¿dónde la espesura?,
—pregunta Seattle—.
La tierra es una,
de todos compartida,
como la idea de Dios
ni blanca ni roja es.
Corre la sangre cual río,
corre la savia del roble.
El corazón que late
es un volcán encendido”.
Y en el murmullo de la cascada
se oye la voz del abuelo:
”Todo lo mismo es,
todo fluido
como las aguas de río,
todo lo mismo es”.
“¿Dónde el búfalo pastará?,
—pregunta Seattle—,
¿dónde el águila anidará?,
—pregunta Seattle—,
¿dónde la espesura?
—pregunta Seattle”.
Autor(es): Roy Brown