Aquellos soldaditos de plomo


De pequeño yo tenía
un marcado sentimiento armamentista:
tanques de lata, de cromo y níquel
y unos graciosos reservistas de plomo,
a mano pintados, con morriones colorados,
que eran toda una delicia para mi mente infantil.

Yo me creía, como creía en el honor
del paso del batallón dentro de mi habitación.
Era todo un general dirigiendo la batalla,
y el humo de la metralla
acunaba mi pasión
por los gloriosos soldados
que, sable en mano, avanzaban
sobre aquel cruel invasor
que atacaba mi nación.

Sangre de entonces, sangre vertida.
Toda mi niñez vencida
por el tiempo que pasó.
De las banderas solo jirones.
De los morriones empenachados
solo un revuelo desmadejado de dolor.

¿Qué nos pasó, cómo ha pasado?
¿Qué traidor nos ha robado
la ilusión del corazón?
Creo que quiero cerrar los ojos
para no ver los despojos
de lo que tanto amaba entonces.
¡Que vuelva bruñido el bronce!
¡Que se limpien las banderas!

Yo quiero una fila entera
de soldados desfilando
y todo un pueblo cantando
con renovada pasión.
Quiero de nuevo el honor
aunque no existan victorias.
Quiero llorar con la gloria
de una marcha militar
y un banderín agitar
frente a un ejército popular.


Autor(es): Víctor Heredia