Entonces
ni la ingrata condena
de mirar hacia atrás.
Entonces no importaba el destierro
ni buscaba consuelo
para la soledad.
Yo tenía solo el horizonte,
la mirada de los que no temen
enfrentarse al espejo
donde duermen los sueños
mal nacidos para volar.
Este tren, que ahora me devuelve,
prometió un boleto sin regreso,
pero andenes de ausencia
vuelven con tu presencia,
y la tarde quiere llorar.
Entonces me bastaban tus besos,
tu alegría en mis huesos,
tu alarido de mar.
Entonces no tenía pasado,
ni esta culpa al costado,
ni esta tos matinal.
Entonces me tumbaba en tus senos
y era un hombre más bueno
desnudando tu amor.
Entonces desplegaba banderas:
era la primavera
de la revolución.
Entonces, entonces,
entonces, entonces...
Autor(es): Víctor Heredia