La puerta del cosmos
se abrió lentamente,
y allí Viracocha fundó
el mundo que vemos,
las cosas y fieras
y el culto civilizador,
los valles y frutos,
las bellas praderas
y el agua en un gesto de amor.
Reinó entre nosotros,
amó entre nosotros,
y un día, de pronto, partió
el dios de la vida,
el dios de la tierra,
cruzando las aguas del mar.
Igual Quetzacoatl
en México un día;
los dos prometieron volver.
Mi corazón
con su tambor
golpea las puertas de Tihauanaku.
Mi corazón
en su dolor
llama a las Huestes de Tihauanaku.
No son Viracocha
los hombres que llegan:
no existe en sus actos bondad.
Su magia es la muerte,
su amor, la riqueza
del pueblo del Hijo del Sol.
Autor(es): Víctor Heredia