Sin la voz
Desperté una mañana sin la voz,
sin apenas poder sacar partido
al momento y al sueño precoz
de la libertad que aún no había vivido.
Entre gritos sofocados me perdí
junto a las palabras que escondía
y sin darme cuenta comprendí
que debí de hablar mientras podía.
Sin la voz de repente me quedé,
ya no pude predicar en el desierto,
pero frente al infortunio me empeñé
en vivir siempre a pecho descubierto.
Y la gente peligrosa que encontré
era la que repudiaba las palabras,
los que hacen de la vida un paripé,
los que veneran la muerte más macabra.
Y busqué sin la voz una razón
para poder seguir vivo cada día,
aferrado más y abriendo el corazón,
arriesgando en las palabras todavía.
A pesar de los silencios comprendí
que no todas las voces son iguales.
Entre tanta incongruencia, escogí
apostar por las gargantas más leales.
Entre gritos sofocados me perdí
junto a las palabras que escondía
y sin darme cuenta comprendí
que debí de hablar mientras podía.
Autor(es): Fran Espinosa