El soldado y la monja


Por los altos de Tudela
a la par que el agua clara,
bajaban dos companías
y un soldadito de guardia.

Las plumas en el sombrero,
unas verdes, otras blancas,
las blancas por su hermosura,
las verdes por su esperanza.

Este soldado fue a misa
un lunes por la mañana,
a ese convento que dicen,
a ese convento que llaman
los frailes, de San Francisco,
las monjas, de Santa Clara.

Ya se concluyó la misa,
la gente se caminaba
y una monja desde el coro
con un suspiro exclamaba:

Soldadito de mi vida,
soldadito de mi alma.
esto que oyó el buen soldado,
ha vuelto hacia atrás la cara.
Y ha visto que era una monja
como la nieve de blanca.

Si puedo servirla en algo,
puede hablar con confianza.
Para las diez o las doce
te espero, no me hagas falta.

Ya dio las doce el reloj,
y el soldado allí llegaba.
Cuando el soldado dado llegó,
la monja se descolgaba.

La ha recibido en sus brazos,
la ha llevado a la posada
mandó poner rica cena,
mandó poner rica cama.

Y después de haber cenado
agarró su mano blanca.
y le dice: prenda mía
vamos, vamos a la cama.

El soldado se desnuda,
ella no se desnudaba.
Desnúdate, bien de mi vida,
desnúdate, bien de mi alma.

No me desnudaré, no,
ni iré contigo a la cama.
No puedo dormir con hombre
que estoy con Cristo esposada.

Esto que oyó el buen soldado,
se ha tirado de la cama.
Muy a prisa se vestía,
más a prisa se calzaba.

La cogió de las muñecas
y la llevó donde estaba.
Sube por donde bajaste,
que ya está puesta la escala.

y al subir por la escalera
un crucifijo encontrara.
Era Dios, nuestro Señor,
que ya bajaba a buscarla.


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