El ciego


¡Pobre de mí! Yo soy
un ciego desdichado,
porque sin rumbo voy,
triste y abandonado.
Todo era dicha allí,
mas, por mi mal, una mujer,
un día, conocí.

Todo lo dejé, todo lo olvidé,
por mi ardiente pasión
que resultó fatal
a mi corazón leal;
Y… hoy, él llora su mal,
su perdida ilusión.

Una noche, ella huyó de mi lado
sin pensar lo que yo iba a sufrir…
¡Ni un adiós me dejó el ser malvado
por quién sólo anhelé vivir!
El dolor me causó tal martirio,
que un revólver, al punto, empuñé
y ya presa de horrendo delirio,
truncar mi existencia pensé.

El balazo me hirió,
sin llegar a matarme;
mas, en cambio, llegó
de la vista a privarme.
¡Nunca pensé que, hoy, yo de un pan
debiera andar en pos,
y mendigar, con loco afán,
por el amor de Dios!


Autor(es): Aníbal de Iturriaga