La conciencia


El hombre siempre habla, del daño que le han hecho,
lo cuenta, lo recuerda con desesperación,
él tuvo un mal cariño, que desangró su pecho,
él tuvo un mal amigo, que lo vendió a traición.
El hombre siempre olvida el mal que ha realizado,
las penas que ha causado, el bien que recibió,
él grita la injusticia como desesperado,
pero decirle al mundo su propia culpa, ¡no!

¡Conciencia!...
La conciencia es la que dicta
la que manda, la que grita,
la que dise la verdad.
¡Conciencia!...
Lo demás solo es palabra,
cuando la conciencia habla,
es mentira lo demás.
La palabra es un disfraz,
para que las almas puras
muestren siempre sus ternuras,
pero su infamia jamás.

Frente a ella, me declaro un pecador eterno,
porque pedí más veces amor de lo que di,
porque sentí cansancio de estar junto al enfermo,
que cuando yo lo estuve no se cansó de mí.
Porque frente al peligro, pensé salvar mi vida,
la hora de esta vida que Dios me regaló,
y, frente a los heridos, me contemplé mi herida,
como si lo importante del mundo fuera yo.


Autor(es): Manuel Barros, Emilio Balcarce