Los Sabandeños

La Muerte De Beneharo


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Recitado
Vuelto a la razón un día,
más loco cuanto más cuerdo,
el Mencey llamó a los suyos,
recobró diadema y cetro,
y por concertar las paces
se apercibió con doscientos
de sus fieles que, sin armas,
obedientes le siguieron.

En un repecho del monte
un grupo de aventureros
que en requisa de ganados
hasta la cumbre subieron
dioles el alto, y ufano,
adelantóse uno de ellos,
un tal Rodrigo de Barrios,
fanfarrón y pendenciero,
increpando así al Mencey
y a los sumisos isleños:

Gente bárbara y servil,
nacida para ser siervos,
rendios, que a cuenta echada
tenemos vuestros pescuezos
y ya sabemos a cuántos
han de tocar por acero.

Recitado
Dijo, disparó el mosquete,
arengó a sus compañeros,
y en una nube de plomo
los pobres guanches envueltos
se dispersaron heridos
por los opuestos senderos.

Beneharo quedó solo,
sangrando en mitad del pecho
pero firme y desafiando
las veinte bocas de fuego.
Beneharo quedó solo,
sangrando en mitad del pecho
pero firme y desafiando
las veinte bocas de fuego.
Al terminar la matanza,
aquellos aventureros
se llegaron hasta él
con ánimo de prenderlo.

Recitado
Entonces, el Mencey loco,
de un revés, tumbó al primero.

Y en carrera montaraz
dejando en el patrio suelo
de su sangre generosa
un imborrable reguero,
trepó hasta la cumbre altiva
y alzando las manos, trémulo,
con un lúgubre alarido
así le increpó a los cielos:
¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Achamán!
¡Achamán!
¡Achamán!
¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Achamán!
¡Achamán!
¡Achamán!

Recitado
¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Achamán.!
¡Achamán!, repitió el eco.
Y el Mencey, de un salto ingente,
lanzó al abismo su cuerpo.

¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Guañoth!
¡Achamán!
¡Achamán!
¡Achamán!

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