Galleguita,
la divina,
la que a la playa argentina
llegó una tarde de abril,
sin más prendas
ni tesoros
que tus negros ojos moros
y tu cuerpito gentil;
siendo buena
eras honrada,
pero no te valió nada
que otras cayeron igual;
eras linda
galleguita
y tras la primera cita
fuiste a parar al Pigall.
Sola y en tierras extrañas,
tu caída fue tan breve
que, como bola de nieve,
tu virtud se disipó...
Tu obsesión era la idea
de juntar mucha platita
para tu pobre viejita
que allá en la aldea quedó.
Pero un paisano malvado
loco, por no haber logrado
tus caricias y tu amor,
ya perdida la esperanza
volvió a tu pueblo el traidor
y, envenenando la vida
de tu viejita querida,
le contó tu perdición
y así fue que, el mes pasado,
te llegó un sobre enlutado
que enlutó tu corazón.
Y hoy te veo,
galleguita,
sentada triste y solita
en un rincón del Pigall,
y la pena
que te mata
claramente se retrata
en tu palidez mortal.
Tu tristeza es infinita...
Ya no sos la galleguita
que llegó un día de abril,
sin más prendas ni tesoros
que tus negros ojos moros
y tu cuerpito gentil.
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