Décimas (11): Cayeron grandes y chicos (o Contra su pecho, mi mama)
Contra su pecho, mi mama
me defendía furiosa,
como una joya preciosa,
como una florida rama.
Su tibia fald’ en mi cama
era muy grande consuelo.
La veo con sus desvelos,
humedeciendo mis labios;
la fiebre me daba agravios,
la sed me quita el resuello.
En este estado tan cruel
termina la deligencia.
Salimos de la presencia
fatal del maldito tren.
Aguardan en el andén,
al triste y buen profesor,
conferenciante y cantor
y a su familia inocente,
varias personas decentes
tratándonos con amor.
Viendo la preocupación
que a mi maire dominaba,
por las respuestas que daba
supieron de su dolor;
le mandaron un doctor.
Después que nos instalaron,
al dueño nos encargaron
con mucha solicitud,
sin pienso en el ataúd
que por miles les llevamos.
Vinieron muchas visitas,
algunos, a saludar,
algotros, a preguntar
cómo estaba la guagüita.
Detrás d’esa palabrita
la Flaca estaba acechando,
porque se va contagiando,
la fiebre los atraganta.
Los pobladores s’espantan,
no saben qu’está pasando.
Cayeron grandes y chicos
con la terribl’ epidemia
más grande que la leucemia;
murieron pobres y ricos.
Al hoyo, un tal Federico,
al saco, Juan Pimentel,
y dos qu’estaban con él,
unos tales Pérez Caro
que visitaron Lautaro,
jamás pudieron volver.