Décimas (25): Su nombre era como el oro (o Y cuando estaba chanta’o)
Y cuando estaba chanta’o,
ni el diablo tomar lo hacía.
Felices y en armonía
pasaba con sus coltraos,
hast’ ayuda al plancha’o
de las costuras más finas.
Entonces matan gallinas
con pebre bien picantito,
pero esto llama traguito:
de nuevo la tomatina.
Pero no había en la blonda
comarca de los sureños
viviente más placentero
en leguas a la redonda.
Yo le miraba sus hondas
pupilas de noche oscura,
cuando su voz con ternura
me llama su palomilla,
y agrega: «Esta lechuguilla
es toda mi desventura».
Su nombre era como el oro
y al pronunciarlo crujía
–¡digan Francisco Isaías
las bocas todas en coro!–,
de apelativo sonoro.
Mi taita mucho lo estima,
y a su nobleza se arrima
por su sabrosa vertiente,
qu’es vino y es aguardiente,
qu’es música y alegría.
Flaco, elegante y moreno,
de ojos risueños y grandes,
de trato fino y galante,
de sonreír lisonjero;
su frente, un ancho sendero
de pensamientos fecundos,
de razonar furibundo
pa’ defender su confín.
Gracioso como Chaplín,
vuelve las horas segundos.
Trabaja en el batallón
de militares andinos,
más en la escuela de niños
donde va su hijo mayor.
Pero una tarde llegó
con un andar fatigoso,
con el hablar tan penoso,
que mi mamá ha comprendido
que algo del cielo ha caído
terrible y muy misterioso.