Callecitas de adoquines,
te harán vibrar con su canto
los negros de roncas voces,
los negros de duras manos,
tan duras como la vida
de ese Sur montevideano
con sus rotos conventillos,
piezas de cuatro por cuatro,
donde se amontonan hijos
y sueños casi castrados.
Al paso de las comparsas
se vuelve un infierno el barrio.
De los gastados pretiles
saluda el palomo macho
la danza de Rosa Luna
sobre el antiguo empedrado.
Tiritar de escobilleros,
las lonjas vienen llamando
el enjambre de negritos, *
que son gorrioncitos pardos.
De las vías de Palermo
saltan recuerdos de antaño,
cuando la diosa Gularte
plumereaba su reinado
en los calientes febreros
con tamboriles quemados.
Las noches de yacumenza
de vino se están pintando
y en el Convento del Medio
serpentean los volados.
Revolotear de abanicos
en las abuelas de barro,
quebrando los almidones
el parche de tantos años.
Cuando levanta el repique,
se eriza el inquilinato
y es el grito de esta raza
que se trepa a los tejados
para cantar sus cantares
tan libre como los pájaros.
Versión de José Carbajal.
* Los Olimareños cantan «y el enjambre de negritos».
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