A veces el azul o el gris de un cielo
de abril o de otoño, o un cierto regusto del aire,
o un efecto de luz, o un aroma olvidado,
penetra el espesor de los años, lo desgarra como a una membrana.
Y sólo por un instante, por un instante únicamente,
reencuentras tus quince años, los veinte, los veinticuatro...
aquellos momentos perdidos que no se dejan destruir
y corren por la sangre como persistentes alcoholes.
¿Qué quieres?
No suben a horas fijas, las mareas del tiempo,
ni llegan cada vez al mismo nivel.
Se llevan mar adentro a quien mejor maneja los remos,
únicamente se moja los pies quien cree que se ahogará.
A menudo, sin saber cómo, te encuentras sumergido,
bebiendo a dulces sorbos la amarga Eternidad.
Y una embriaguez incipiente te dice que se funden
el hoy y el mañana en un presente infinito.
A veces el viejo sabor de las palabras que callaste
o el calor de un brazo que no osaste tomar
vuelven como una llama nacida de cenizas
llevando la fiebre a la frente, la hiel al paladar.
Y solamente por un instante, por un instante desgarrador,
la voz y el gesto de hoy te parecen capaces
de retener el pasado que se burló de ti a la cara
y se escurrió entre tus dedos como un pez brillante
y plateado.
No suben a horas fijas, las mareas del tiempo,
ni llegan cada vez al mismo nivel.
Se llevan mar adentro a quien mejor maneja los remos,
únicamente se moja los pies quien cree que se ahogará.
A menudo, sin saber cómo, te dejan prisionero
en la isla del recuerdo, y ni el banquero más rico
podrá pagar tu rescate:
la lágrima que un día no te atreviste a derramar.
A veces una sola mirada destruye todo un muro
y a fuerza de mirar, de tanto mirar atrás,
puedes llegar tan lejos que halles la manera
de verte la nuca, de sintonizar el futuro.
Y solamente por un instante, por un instante fugaz,
puedes vivir lo que vivirás, comprender antes de tiempo,
hasta que, a punto de intuir la raíz más escondida,
se hunda en la oscuridad lo que era evidente.
Buen viaje...
No suben a horas fijas, las mareas del tiempo,
ni llegan cada vez al mismo nivel.
Se llevan mar adentro a quien mejor maneja los remos,
únicamente se moja los pies quien cree que se ahogará.
A menudo, sin saber cómo, penetran hasta el hueso
haciendo que extrañas algas cubran tu cuerpo.
Y entre el flujo y el reflujo constantes e indiferentes,
unas manos invisibles trabajan lentamente
hasta hacerte tomar la forma que la corriente ha soñado
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